El mercado de fruta

Los puestos abarrotados de fruta adornaban las sinuosas calles del mercadillo. Como cada jueves, los agricultores y comerciantes de toda la región disponían sus productos en las mesas para su venta. Julie se movía indecisa entre los puestecillos, parecía no saber por qué decantarse, manzanas Golden, chirimoyas, calabazas, grosellas… Se acercaba para oler alguna pieza pero al final, otro aroma le llamaba más la atención y corría en su búsqueda.

Se había dejado seducir por el olor cítrico del pomelo, una fruta que en su delicada apariencia naranja y rosa escondía su personalidad amarga. Escuchó en ese momento la voz de Lina, su antigua profesora de música, una mujer amable y vivaz que le exigía mucho en sus clases, por lo que debía esforzarse para destacar, lo que Julie siempre le agradeció. Como la fruta, tenía que gustarte esa mezcla suave y agria para saber apreciarla. 

La convenció la fruta de la pasión o maracuyá, fruto exótico que sorprende y nunca defrauda, si se está dispuesto a una experiencia intensa. Con un aspecto desapercibido y sencillo en el exterior, recubierto por una cáscara violácea, su rara belleza residía en el interior, de carne naranja con grandes pepitas grises que le aportaban cierta agresividad. Su sabor dulce con un punto ácido podía transportarte a parajes maravillosos o estados orgásmicos. No te dejaba indiferente. Sintió los brazos de Jack, aquel adolescente impetuoso de la ciudad, tan divertido y apuesto, la llevaba en moto cada fin de semana para salir a bailar, hasta la noche en que la dejó cuando no quiso escaparse con él.

Le faltaba algo más a Julie para terminar su compra en el mercado. No sabía bien qué necesitaba, merodeando las calles se dejó llevar por su curiosidad. Detenida sobre un estante de albaricoques, le pidió al vendedor probar uno, este se lo ofreció después de lavarlo con un poco de agua. Mientras mordía la suave piel sus ojos se toparon con los del hombre. El dulzor de su carne naranja se fundió con la profundidad de aquella mirada ámbar y el paladar le supo a nostalgia. En aquel bocado atravesó campos de trigo camino de la escuela, se bañó en riachuelos escondidos. Trepó por árboles como una ardilla, se recostó en praderas mirando pasar las nubes como si volviera a tener 12 años. 

Compró tres kilos de albaricoques y se fue comiéndolos hacia su casa. Le encantaba ir a ese mercadillo, pasear entre sus puestos, oler esa fruta auténtica como ya no huele en ningún lugar, descubrir variedades difíciles de encontrar, dejarse llevar por las sensaciones y olvidarse del tiempo, que allí dentro parecía transcurrir de otro modo. Transportarse a espacios remotos, pasados o imaginarios. Como cada jueves, regresó contenta a casa, aunque nadie la esperase allí y sus fuerzas no dieran para más, se sentía como si acabase de volver de un viaje extraordinario.

2 respuestas a “El mercado de fruta”

  1. Qué relato más abigarrado, cuánta luz. He podido ver los colores brillantes mientras leía. Enhorabuena.

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    1. ¡Gracias, me alegro de que te guste! 😊

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