Tiendo a sentirme poco inspirado últimamente.
Un remanente de mi yo pasado permanece latente
a la espera de que decaiga mi ánimo
para apoderarse de mi presente.

Una contienda constante que por pequeños detalles
me hace sentir un ser desdichado cuando no lo soy.

Me hace querer quedarme acurrucado en la cama,
no levantarme, no cumplir con mis compromisos,
dejar de ser responsable conmigo mismo
para doblegar mi voluntad y hacer lo que le plazca.

Una contienda constante.
Y cuando fallo me juzgo más que nadie.

«Todo lo que me vas a criticar ya lo he pensado yo» dice el Momo.
Para mí… verdad absoluta.

Me convertí en mi propio juez muy joven
mis aspiraciones de grandeza quedaban aplacadas
por un sentido de la perfección tan alto
que jamás llegué a alcanzarla.

La futilidad de dicho pensamiento se hizo presente
cuando estuve cual ser inerte ante el vaivén de las olas,
como una roca, cuasi inconsciente.

Me costó salir de aquél lugar sombrío.

En momentos así me acuerdo y
analizo aquella época de mi vida
donde me convertí en conformista
y dejé de lado todo sueño
viviendo una realidad imperante
que me asfixiaba cada día.

Eso me hace pensar en cuando dejé de fumar.
Asfixiar = fumar.
¡Vaya relación se creó en mi cerebro!

En fin.

Hay momentos en que mis energías menguan
y cuesta seguir al mismo ritmo de antes.
Lo ideal es pararse a descansar y no culparte
pero más ideal es equilibrarte para que no pase.

Tiendo a culpar causas externas pero…
«No tires los balones fuera» dijo un gran mentor.
Cuando vuelvo en mí, lo hago sin duda.

Es ahí que puedo retomar mi camino.
¿De qué sirve un sprint que te deje sin aire?
Si la realidad es una carrera de fondo
donde la meta final es llegar a la muerte.

Paso a paso.
Ayer estaba cansado.
Hoy me estoy animando.
Mañana seguiré caminando
a paso firme y constante.