Las consecausas

que sorprender de pronto la alegría
como un chorro caliente,
es claudicar

(Angelina Gatell, Las claudicaciones, 1969)

La guerra y sus consecausas. Un archiduque y príncipe imperial, sus condecoraciones. Dos disparos que atraviesan el río como un puente se paran a contemplar el paisaje a mitad de camino, allí donde el corazón y la yugular interna. El espacio vital de un Estado-nación que hace manspreading y el resto observa, agita el dedo índice y grita: «¡cuidado, ni se te ocurra estirar un poco más la pierna!». La colonización y la extinción de lenguas, el fin de otras formas de decir el mundo, de nombrar y entender la vida y la muerte. Los casamientos reales: tú con ella, yo contigo, que todo se quede en casa, no vaya a ser que… Y, así, una herencia con la otra y todos tan felices. Bueno, casi todxs. ¡Viva el mérito, abajo la redistribución! Con cien cañones por banda…, ¡qué digo cien: tresmilecientos, los que hagan falta! ¡Y a toda vela, que el tiempo huye furioso! El progreso, ¡ese otro Dios! Dos bombas, cuatro más, cinco mil. La fronteras, dame la escuadra, toma el cartabón, ¡y que se apañen! Un lingote, dos lingotes, ¡el coltán!

Esto dice el libro de Historia en el que no hay páginas para las claudicaciones, ni para el encogerse de hombros o para la caricia de una mano sobre otra en un amanecer anónimo donde el sol surge como un hueso de melocotón aun con restos de carne naranja.

Deja una respuesta

Introduce tus datos o haz clic en un icono para iniciar sesión:

Logo de WordPress.com

Estás comentando usando tu cuenta de WordPress.com. Salir /  Cambiar )

Foto de Facebook

Estás comentando usando tu cuenta de Facebook. Salir /  Cambiar )

Conectando a %s

A %d blogueros les gusta esto: