Lo último que escuchó fue la voz aguda de un niño gritando: —¡Mamá! ¡Mamaaá! Había dejado el busca en la mesa de la consulta sin esperar al relevo No se entretendría en comprobar si la llamada de auxilio provenía de un chaval al que estaban recolocando el hueso roto sin anestesia, de la niña a la que sujetaban entre cuatro porque no había manera de abrirle la boca o de aquel adolescente con diarrea que se había quedado encerrado en el baño de la sala de espera.
Buscando la salida atravesó el pasillo de las urgencias de adultos y volvió a dar gracias por dedicarse a la pediatría. Los niños huelen bien y suelen estar limpios. Una pena que tengan padres, los mataría a todos. A veces soñaba con prescribirles enemas rectales o ponerles empastes sin anestesia.
La luz del sol la cegó al salir a la calle. Veinticuatro horas entre fluorescentes en un cuarto sin ventanas vuelven paralíticas a cualquier par de pupilas.
Aun así había sido una guardia de child. A pesar de ser el séptimo fin de semana que trabajaba lo había pasado bien. Al igual que cuando hay partidos de fútbol, la sala de espera se quedó vacía a la hora de Eurovisión y todos los médicos de guardia se subieron a la salita de los ordenadores para ver el concurso.
¡Just fantasía! Una boomer como ella (¿o era X?) compartiendo velada con z-veinteañeros recién llegados al mundo de las medicina, criticando peinados y puestas en escena mientras cenaban el rico y frío arroz tres delicias subido de la cafetería.
Tras discutir sobre las lentejuelas del chaval de Italia (tó too much) bajó a valorar a tres señoras presas venidas en furgón policial desde la cárcel de Foncalent con sus bebés en brazos. Venían acompañadas de seis policías nacionales que además de custodiarlas empujaban los carritos de los niños no fuera a ser que hubiera una lima entre los pañales. Random total. ¿Quién era más pringao, el policía de carrito de lunares o ella de guardia un friday night? ¡Qué bajona!
La madrugada ya fue de tranquileo. Que si una picadura por aquí, que si hablar de Alfa Centuro por allá. Se fue a descansar a las tres de la mañana pero una hora más tarde alguien intentó abrir la puerta de su cuartito. Ese dormitorio se encuentra en la novena planta, entre la capilla y el módulo de presos así que el susto fue monumental y se desveló por completo hasta las seis.
El resto fue pura rutina. A las siete se levantó y tras tomar el café hirviendo repasó las constantes de los pacientes ingresados. Valoró a un niño que vino montando en patinete al que traían los padres por dolor de piernas. Miró el móvil y tras comprobar la hora, se quitó el pijama de muñequitos sonrientes y salió sin mirar atrás.
De camino a la pastelería pensó en que a veces le rentaba trabajar veinticuatro horas sólo por disfrutar de los churros se iba a comer. Se sentó en el rincón de la ventana, sacó su cuaderno y se dispuso a cumplir la promesa de escribir un relato usando las nuevas palabras aprendidas.
Deja una respuesta