Otro día más levantándote y creyendo que tienes el mayor de los problemas encima de la mesa. Tu realidad es la peor concebible. Sientes una gran carga en tus hombros y una responsabilidad ineludible llama a tu puerta. Todos los que te rodean son unos completos ignorantes y además tienen una suerte terrible porque no tienen que lidiar con lo que tú has de lidiar ese día.
Sabes ya a ciencia cierta que todo se ha acabado. Ahora sí que ha llegado ese fatídico momento del desenlace final. Ha llegado el día en que todo se irá al traste.
Ya no puedes más.
Te has esforzado. Llevaste la carga dignamente. Soportaste con buena cara este sistema indigno que no te permitía realizarte y eras un miembro de lo más “normalito” en tu comunidad.
Pagabas regularmente tus deudas. Te ocupabas de tu familia con abnegación. También te regalabas tus momentos; te ocupabas de ti diciéndote que todas esas aficiones que te completaban eran las que te permitían llevar la carga. No fallaste ni un día. Nunca desfalleciste porque te repetías que eras afortunado, que el 90% de la humanidad tendría peor vida que la tuya.
Sí, has llegado dignamente hasta hoy. Hasta el día en que ya no te basta con ser un miembro decente y plenamente integrado en tu comunidad.
Hoy es el día en que tienes que destruir.
Los grandes triunfos están ahí. Muy cerca, pero sólo visibles para el ojo entrenado y absolutamente inocuos para el que anda díscolo en otros menesteres.
Todos danzamos continuamente en torno a centros variopintos. Somos una nube de electrones caprichosos que toman órbitas distintas, basta con asistir la noche adecuada, en las circunstancias adecuadas, al concierto adecuado para darse cuenta.
…
El asma no te deja hacer vida normal. Hoy no he podido subir de una vez los dos tramos de escaleras que separan mi despacho de mi dormitorio, y del ataque tan brutal de tos que he tenido, me duelen todas las costillas y siento un terrible dolor punzante en los globos oculares. Un dolor de cabeza monumental no me deja pensar con claridad y sigo sin poder meter oxígeno en mis pulmones.
No puedo caminar unos metros sin toser y sentir que todo se me viene encima. Que no voy a tener más fuerzas para el próximo paso. Las saco de no sé dónde y doy un paso más. Así he llegado hasta aquí durante los últimos cinco años.
Cualquier persona asalariada en mi lugar tendría una paga vitalicia y estaría jubilado por incapacidad permanente, pero yo soy autónomo. No tengo protección alguna y tengo que seguir facturando porque las deudas me atosigan.
Hoy quiero terminar el trabajo y, si los pitidos y los ahogos me lo permiten, echarme a dormir un rato. Un asmático severo navega entre islas de oxígeno. Esos momentos en los que el aire entra en tus pulmones sin dificultad, son regalos que aprovechas como nadie puede imaginar. El simple acto de respirar sin dificultad es tan placentero; tan pleno, que vacías tu mente de pensamientos y te deleitas únicamente en respirar. Llenas tus pulmones intensamente por si es la última vez que puedes hacerlo con facilidad.
Los ataques últimamente cada vez son más intensos y prolongados. Hoy no he tenido ni un solo momento de relajación y la actividad física más insignificante, me deja postrado hasta que vuelvo a recuperar el pulso.
No sé qué capacidad pulmonar tendré, pero necesito mucho tiempo para recuperar mis pulsaciones en reposo. Demasiado. En el tiempo en que tardo en recuperar el pulso, respiro a pequeñas bocanadas. Como esos peces que se quedan en aguas poco profundas y abren la boca buscando algo de oxígeno a sabiendas que están en los preliminares de su muerte.
No puedo con mi cuerpo, quiero recostarme sobre el lado derecho y dormir.
El lado derecho es mi último reducto de paz. Hay una posición en la que el aire penetra en mis pulmones y por momentos creo ser la persona de antaño que rebosaba energía. El problema es que mantener una posición toda la noche es una tortura. En la duermevela mi cuerpo me pide cambiar de postura y de nuevo me despierto al no poder respirar. Es una sutil forma de tortura que el más malvado de los Torquemada pudiera haber firmado.
En este día aciago. En este día en el que ya no me quedan fuerzas, aún tengo que ir a un sitio más. Le prometí que la llevaría a ese concierto y lo voy a hacer. Me arrastraré, pero lo voy a hacer.
He asistido a muchos conciertos en mi vida y ciertamente, la música en vivo es una manifestación de lo humano de lo más enriquecedora, estoy convencido. No hay una cosa igual. Evidentemente, no hablo de un concierto de mierda, de un grupo de mierda que va y suelta su repertorio y se larga: hablo de música. De esa que se crea en el momento y desaparece. De esa que deja poso en el alma y jamás debiera ser registrada, porque en lo efímero de su existencia también reside su belleza. Su grandeza es residir en aquellos que tuvieron el privilegio de estar allí y percibir lo que sucedió.
Así fue siempre y así sería una vez más, por mucho que yo entrase al recinto apoyándome en las paredes porque no tenía oxígeno. Por mucho que yo tuviera que pararme cada veinte metros a recuperar el aliento. Por mucho que durante los cinco primeros temas no hiciese más que implorar que acabase aquello de una puta vez y se me permitiera ir a recostarme sobre mi lado derecho, a recuperar mi vigor en los minutos en que tardase en cambiar de posición.
– Puto Torquemada. Déjame toda la noche sobre mi lado derecho: ¡hijo de puta!
Ahora ya da igual, por ahora todos ganan.
Todos han alcanzado su momento mágico y yo me he dado cuenta. Yo soy un dios una vez más, porque yo estaba atento a la letra. Estaba atento y miraba hacia delante donde mi amada bailaba despreocupada recordando temas de 35 años atrás. Ella estaba preciosa, con la misma dulce sonrisa con la que la conocí yendo a conciertos de Reincidentes o de Dogo, que tocaba esa noche celebrando el 40 aniversario de la mítica sala “Fun Club”. Ella estaba preciosa y me llenaba de felicidad el poder haberla traído al concierto, pese al infierno por el que había pasado todo el día. Casi no siento ya en ese momento ninguna dificultad al respirar y mis sentidos se amplifican como siempre lo hacen en un concierto. Siento la vibración de los bajos en mi pecho y veo que la sección rítmica está muy bien ecualizada, así da gusto escuchar música. Las guitarras suenan increíbles, los dos guitarristas llevan el mismo ampli, llevan el Fender 64 Custom Deluxe Reverb. Usan poca distorsión, con muy buen gusto y uno de ellos toca increíblemente bien. Son tíos con oficio, con muchas horas de conciertos a sus espaldas y se nota que están disfrutando. Están sonando bestiales.

Cuando todos somos dioses, he mirado a mi derecha y he visto como una mujer que al entrar me crucé y que, portando una muleta cojeaba de su pierna izquierda, estaba literalmente saltando y zarandeando la muleta en el aire justo en el momento en que Dogo cantaba esa frase de: “Bichos raros en un mundo extraño: ¿Qué más quieres?”
Pues eso.
¿Qué más quieres?
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