Acabo de terminar de ver por tercera vez el maravillosísimo monólogo de Franco Escamilla en el que habla sobre los miedos. Os lo dejo aquí por si queréis saber de qué estupideces nos va a hablar David esta semana.
La gente que me conoce sabe que soy capaz de «hacer risa» con cualquier tontería que me den. En serio, cualquiera. Cuando alguien me deja un chiste increíblemente fácil de rematar en el aire siento que mi mente se libera como cuando Neo se pone intensito y suelta «ya sé Kung Fú». Me cambia la cara, me levanto de la silla, tiro sin querer el doble de cerveza que había en la mesa y que ahora se reparte entre mi pantalón y el suelo de la terraza y proclamo a voz en grito la idiotez más grande que te puedas imaginar. La idiotez que emocionó a Spielberg. Una idiotez tan retorcida y rebuscada que se convertirá en mi buque insignia durante un tiempo indefinido, hasta que dé con la primera persona a la que ya se lo cuente por segunda vez.
En estas que he vuelto a ver el monólogo de Franco, y he recordado por qué me gustaba tanto.
Resulta que el remedio que Franco pone a sus miedos cuando lo atormentan por la noche, es reírse de ellos. Ridiculizarlos. Tiene sentido, ¿verdad?
Si hubiera conocido ese truco del demonio cuando era un querubín, me hubiese ahorrado algunos disgustos, la verdad.
Antes debía enfrentarme a todos mis miedos encarándolos y tirando de lógica absoluta.
Perdí mi miedo a la oscuridad dándome una vuelta por casa a oscuras una noche.
Perdí mi miedo a «Jeff the Killer» (no lo googleéis, haceos un favor) soñando involuntariamente que venía a mi casa a pasar el rato, y no era tan mal tío.
Superé mis pesadillas recurrentes en las que alguien venía a tirarme de la pierna y llevarme a lo oscuro, una vez que tomé consciencia dentro del sueño y me desperté aposta a lo «esta noche no, guapito».
Sobrellevo mi miedo a las arañas porque, agarraos fuerte, mi pareja actual tiene una tarántula en casa.
¿No os parece mágico, casi revolucionario, que todos nuestros miedos injustificados pierdan prácticamente toda su fuerza si los ridiculizamos, además de poder echarnos unas risas en el proceso?
Hace poco tuve una conversación en la que bromeaba sobre un miedo bastante grande que tengo últimamente. Al principio sentí una parte de incomodidad, como si estuviese encarando conscientemente el problema, pero al rato comprendí que es una herramienta para quitarle hierro a un trauma que, en este momento de mi vida, no tiene ni pies ni cabeza.
Os propongo entonces:
Pennywise haciendo globos-perrito en una fiesta de cumpleaños infantil.
Jason Voorhes gritándole a la tele con una cerveza Steinburg en la mano, viendo perder a su equipo de Hockey favorito.
Freddy Krueger con pijama de dos piezas, gorrito de dormir y antifaz, abrazando un peluche del teletubbie morado. O intentando rascarse la nariz, también.
Estaba pensando en qué situación peliaguda poner a Chucky, el muñeco diabólico, pero la realidad supera a la ficción y venden peluches de él. Peluches. Es decir, «muñecos» de «el muñeco diabólico». Esa gente definitivamente no ha visto la película. O son unos psicópatas.
A Anabelle le pasa exactamente lo mismo.
Así que como conclusión, mis valientes lectores, parece ser que la risa es la medicina para la gran mayoría de los problemas del mundo.
-¿Pero qué dices David? Si solo nos has puesto un par de ejemplos chorras sobre situaciones muy especí…
¡ESO SÍ! Para situaciones terroríficas reales no funciona, debéis saber.
Me sigue dando el mismo miedo ir al dentista que al edificio de hacienda. Aunque, es comprensible. En uno te provocan un dolor insufrible que te hace casi llorar de agonía y en el otro tienen que tocarte la boca, que es muy sensible y obviamente molesta.
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