Haber dejado hasta el último día de la semana la publicación ha merecido la pena. Ésta vez sí, lo juro.
Estoy intentando publicar un lunes en algún momento de 2023 y ser tan responsable como Brujita Indie, pero de momento lo más parecido a una máquina del tiempo que conozco es ese garito de moda en el que siempre ponen «zapatillas», «el secreto de las tortugas» y la canción de «física o química». Tela, amigos. No voy a publicar un lunes ni aunque amenacen con leerme.
Hoy me ha pasado algo en parte triste, en parte alegre, en parte redentorio (como el nombre del blog que tengo abandonado ¡JÁ!) y en parte revelador.
He ido a comer por el día que es con mi santa madre al restaurante que tanto nos gusta, en el que nos encanta marinar con excelencia profesional unas costillitas con patatas y queso y una pinta colosal de Paulaner, y en el que un camarero que parece que se ha pinchado setas te grita a medio metro del oído que si todo estaba rico. Os hacéis una idea, ¿no?
Y mientras mi madre y yo recordábamos cosas de cuando éramos más jóvenes, no nos dábamos cuenta de que nos reíamos de manera excesivamente escandalosa, haciendo las delicias de la señora quejica que odia la diversión de la mesa 56, de la pareja mayor con tres niños pequeños que nos miraban con desdén desde la 43 y de las numerosas personas de la cola para sentarse que habían tenido peor suerte que nosotros.
Cuando íbamos por la mitad de la pinta de Paulaner, nos sentaron al lado a una joven mamá con un niño muy pequeño, de unos seis o siete años de edad, más o menos. Aquí se me ha ido un poco el flow, no os voy a mentir, porque me ha recordado al trabajo excepcional y maravilloso que mi madre tuvo que hacer para sacarme adelante, y por todas las penurias que tuvo que pasar a causa de tener un exmarido disfuncional y poco comprometido con su hijo.
He sentido la desesperación de la madre, con las ganas de compartir un rato en confianza con su hijo, y el aburrimiento/confusión/resignación de su hijo por no poder seguir viendo videos en el móvil, o cualquier otro interés que tuviera el muchacho, que no lo conozco yo más allá de este rato que os comento.
Me han dado unas ganas locas de girarme y decirle a la mamá en cuestión que no se preocupara, que ese niño en un futuro se daría cuenta del esfuerzo y el amor que le estaba dedicando, y que acabaría valorando como oro esos ratos que compartimos mi madre y yo actualmente (cuando tengo tiempo, que hoy por hoy ya os comenté que parezco un ministro), ya sea en un restaurante, en un concierto de «El Arrebato» o agarrándonos una toña sorpresa en la cocina mientras preparamos comidita un domingo aleatorio.
Eso, o como os comentaba en «Bisontes en las Cíes», se me ha ido la pelota del todo y el niño era un agente secreto de la CIA que cuidaba de un testigo importantísimo de un caso, o la madre era realmente la tía del chavalín que estaba ayudando a su hermana/hermano porque trabajan y se le han antojado unas costillas con patatas justo en el día de la madre.
No todo es lo que parece a simple vista, recordad.
Pues eso, que gracias a todas las madres comprometidas, y a cualquier padre o madre que apoya, cuida, y quiere a su descendencia. A la larga todos crecemos y nos hacemos conscientes de quién nos ha ido regando poco a poco con cariño y quien ha ido aprovechado para echar meaditas en la maceta.
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