Estoy lloviendo.
Caigo imperativa,
inmisericorde,
como la purpurina en una fiesta
sobre suelo de moqueta.
A alguien le gusta la vida mucho menos
mientras estallo a borbotones,
porque no sabe
– o quizá no termina de creerse –
que también seré café cayendo
sobre los valles de su pecho.
Ojalá.
Ojalá sea así y entonces
aquella que suspira y se rasca dubitativa
– como cualquier otrx -,
entendiendo por fin que lluevo sin quererlo,
y sin embargo menos de lo que me gustaría,
abrirá definitivamente la ventana
desde su calma impaciente
y agradecerá el sol,
la arena seca humedeciéndose,
pero también
la lluvia.
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