Bailando con elefantes, uno, dos, tres, fuga de elefantes, digo de ideas. Digo estampida de ideas, digo, de elefantes.

Cinco, seis, cinco, seis, elefantes del libro de la selva, disciplinados y farragosos, con papada, con dominio de sí, con disciplina. El del flequillo se dispersa, se enfrenta a la autoridad, siempre quise tener flequillo. De pequeña me lo corté a mí misma tras ver a Nadia Comaneci. Mi primer acto de rebeldía, y el último, me temo.

Siete ocho y nueve, estoy leyendo un libro de un elefante de colores que se destiñe con la lluvia, los niños se duermen y yo imagino un vestido de cuadros. Me gustaría escribir libros así, que despierten del sueño a los elefantes, del sueño pesado de la disciplina y el fango del libro de la selva.

Y «pas de bouré», yo nunca vi Memorias de África, creo que sale algún elefante. Yo era de Paul Newman, nunca de Robert Redford, ni del «Madrí». Del Real Madrid, claro. Yo era del «Aleti», bueno, mi padre. Yo no sé bien qué me gusta. Bueno, Merryl Streep sí. Me estoy dejando el pelo largo como ella.

«Chassé», dos, tres, uno, cero elefantes azules me vienen a la mente, azules que fueron enormes hasta asfixiarme y ahora son chiquititos e invisibles. Además, ya no me acuerdo bien del tono del azul, ni de lo que cantaban, mi memoria de elefante es magnífica.

Y hablando de piruetas, una elefanta con tutú, bella cual morsa, vaca, hipopótama o ballena. Aceptación corporal en «every size». ¿Y si sí?, ¿harán tutús de la talla XXL?, apuesto a que no. ¿O quizá sí?, ¿dejará el mundo de estar gobernado por elefantes rancios y sin gusto por la belleza de la diversidad corporal? 

En la variedad está el disgusto.

¡La que has liado enseñándome esa foto!