La chaqueta azul

De pronto, mientras sueño, soy consciente de que he perdido la chaqueta azul. Miro a mi alrededor y no aparece. Creo que la tenía colgada en el respaldo de la silla sobre la que me apoyo mientras escribo este texto. ¿En qué momento dejé de sentir las arrugas y el calor de la chaqueta en la espalda? Da igual, no quiero obsesionarme, la buscaré al despertar.

Abro los ojos. Obviamente no estoy sentado en la silla del escritorio, sino estirado sobre la cama. Rebusco en cada rincón de la casa y la chaqueta azul no se deja ver. Abro el armario y encuentro todo tipo de ropas, les pregunto y me dicen que no saben nada de la chaqueta. Antes de volver a cerrar las puertas, una bufanda me pasa una nota de manera disimulada. Cierro el armario, voy hacia el baño y, sentado en el váter, la leo: «No busques despierto lo que perdiste dormido».

Voy hacia la habitación, estiro las sábanas, bajo la persiana, me tumbo y trato de dormirme para buscar la chaqueta a ese otro lado de la consciencia. Pero hace frío, tirito compulsivamente y me muerdo accidentalmente el interior de la comisura de los labios. Encogido, aprieto los párpados hasta que me duelen. No consigo dormir: aterido y aterrado, anhelo despierto el calor de la chaqueta azul que perdí en el respaldo de la silla sobre la que me apoyaba mientras escribía dormido este relato.

*Basado en una historia real de J. Morentin, a quien avisé en conversación de cafetería que le robaría la idea para construir un relato testarudo.

Una respuesta a “La chaqueta azul”

  1. “No busques despierto lo que perdiste dormido». Me encantó.
    Yo también vivo a veces más dormida que despierta.

    Le gusta a 1 persona

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