David, se sienta frente a su ordenador, como cada mañana. Es disciplinado y desde que leyó aquel libro de Stephen King titulado “Mientras escribo” interiorizó aquello de la disciplina. Se obligó durante años a madrugar y a sentarse ante la hoja en blanco y a asumir su reto. Con mucho esfuerzo y sufrimiento había conseguido doblegarla, consiguiendo a veces momentos brillantes. El bueno de Stephen tenía razón, pero a David cada vez le costaba más. Se había obsesionado últimamente con el pensamiento de que quizás había vivido demasiado poco. Mucho sillón, mucha página en blanco doblegada y poco poso en el alma. Es una sensación amarga, pero la quita rápidamente de su mente diciéndose a sí mismo que sin vivencias jamás hubiera podido escribir. ¿Acaso no salpimentó todos sus escritos de esos detalles que uno sólo conoce si los ha experimentado? Se dice. Sí, los últimos siete años habían sido de demasiadas horas ante el ordenador y quizás eso estaba pasando factura y ahora se machaca demasiado a menudo con la letanía en la que se pregunta una y otra vez cuál es el móvil que realmente hace escribir. ¿Otra vez con esa mierda? ¿Cuándo me voy a librar de ella? – Se repite machaconamente mientras el prompt parpadea desafiante a un ritmo constante. Nada detiene su parpadeo. De tan fijo que lo mira sabe que si hubiera un apagón y todo el mundo se fuese a la mierda, él seguiría viendo parpadear el prompt invariablemente, y no durante unos segundos. Estaba convencido de que lo vería hasta en el momento final y definitivo. El metrónomo del destino. El maldito pulso del tiempo se desdibujaba en los píxeles que creaban la ilusión de ese juez implacable y David sentía el peso de su maza bajo la ausencia de ideas. ¿Qué miseria es esta en la que un escritor suplica un tema que lo espolee hacia la creación? ¿Acaso es creación si necesitas un disparador, como lo llamaban en los foros literarios? ¿No perdía toda su esencia una motivación si era inducida voluntariamente? David se pregunta todo esto mientras en sus altavoces suena atronador el final de “Peace Sells” de Megadeth. Todo se vende hoy en día, y todo se compra. Se dice mientras intenta que ese pensamiento le sugiera algo para escribir, pero de nuevo la consciencia lo derriba con esa frase que escribió en uno de sus relatos más vendidos: “Jamás hay que sentarse a escribir, deja que la idea se escriba sola y luego siéntate.” Menuda patraña. Sí, es cierto que esas frases célebres que lo catapultaron a la fama, vinieron solas. En los febriles momentos de creación en los que el tiempo se desdibujaba, David dejaba de pensar y de sentir y la conexión de sus pensamientos con las teclas era inmediata. No había filtros, no había intermediarios y la estructura del texto se montaba como automáticamente, amoldándose a giros improvisados y destinos no imaginados en la idea embrionaria. Esos momentos eran el verdadero sentido de todo, pero eran tan fugaces… tan escasos. No eran escasos, pero su fugacidad les hacía percibirlos como tales. ¿Por qué el pesar es tan consciente y la felicidad tan poco percibida? Maldita sea: ¿Quién se para en un momento glorioso a decir que es feliz y cuánto nos lamentamos cuando nos sentimos bajos de moral? Un segundo de pesar tenía más repercusión que una eternidad de felicidad y eso no era justo. La felicidad se iba entre los dedos sin ni siquiera dejarte un poso de que habías sido feliz. David, sólo pedía eso: un pequeño recuerdo del momento cumbre. Cuando éste pasaba, nadie podía hablar de él, sin embargo la tristeza estaba siempre ahí, patente, definida y llenando un millón de páginas.
Cuando la creatividad surge el pesar se deja en “stand by” pero siempre vuelve tozudo y en esta ocasión David ha pasado días sin poder escribir una sola palabra. David se siente abrumado por su falta de inspiración. Siempre pensó que un día el alma se le podía vaciar y la capacidad de escribir se podría acabar de pronto y ahora, con el prompt parpadeando a un tempo por debajo de lo perceptible como dos pulsos consecutivos, escucha cómo se empieza a componer la sinfonía de la destrucción. Se sonríe porque es otro tema de Megadeth y no lo ha hecho queriendo. Parece que hay un resquicio todavía para vomitar un relato, pero no. No quiere escribir sobre un escritor que está escuchando un disco y los temas que se suceden le van dictando pasajes. Eso ya lo hizo el año pasado y fue un superventas, no puede autoperpetuarse en el estilo. No debe y no puede copiarse a sí mismo.

David no puede más. No encuentra sobre lo que escribir y recuerda que esta semana le han hablado varias personas de “Chat-GPT” una IA que está estructurada como modelo de lenguaje y que te puede sacar de bloqueos creativos. Escribe como el culo y tiene un montón de premisas para esquivar temas problemáticos, lo cual ya es suficiente para que a David no le interese, pero David tiene que entregar al final de esta semana un texto y decide que va a probar a ver qué le cuenta la IA.
Cuando comienza un nuevo chat, de nuevo un prompt parpadea y a David le entran unas ganas locas de mandar todo a la mierda, así que le escribe:
- Quiero mandar todo a la mierda.
La IA contesta conciliadora diciéndole que no es una opción recomendable. Empezamos mal. David no continúa esta conversación porque ya sabe a lo que va a llegar así que la exhorta directamente a que lo saque de su bloqueo creativo:
- Soy escritor, tengo que entregar un escrito esta semana y no encuentro sobre lo que escribir. Llevo muchos años escribiendo, puedes buscarme en internet, soy David Nowhereman. Sugiéreme algo sobre lo que no haya escrito y no seas demasiado obvia, necesito una idea elaborada.
Definitivamente esto del Chat-GPT, es una basura. Se dice David cuando lee en la pantalla las estúpidas propuestas que le ha hecho la IA:
“1- Escribe una historia de ciencia ficción que se desarrolla en un mundo donde los robots son los principales trabajadores y los humanos se ven obligados a encontrar nuevas formas de trabajo y supervivencia.
2- Crea una novela policiaca ambientada en una ciudad pequeña, donde un crimen aparentemente insignificante se convierte en una red de corrupción y secretos.
3- Escribe una historia de amor en la que los personajes principales son de diferentes culturas y tienen que enfrentar barreras culturales para estar juntos.
4- Describe el punto de vista de un personaje histórico importante desde una perspectiva inusual, como su animal de compañía o un objeto cotidiano en su vida.
5- Escribe sobre alguien que descubre un engaño en su vida»
Son todo clichés que ya se han abordado. Burdas tramas que apenas podrían inspirar a un principiante que se ha leído todas las obras de su escritor favorito contemporáneo y desconoce a los clásicos.
David renuncia a escribir algo con las propuestas de la IA mientras se repite en su mente la propuesta número cinco.
¿Y si a mi edad descubriese un autoengaño en mi vida?¿Algo que voluntariamente hubiera soslayado y enterrado en mi subconsciente por aterrador e inconfesable?
Horas más tarde, David ha vuelto a escribir, pero sin ordenador esta vez. Ha vuelto a coger la pluma que se compró cuando le publicaron su primer libro, que siempre viaja con él. La ha recargado de tinta rememorando aquel ceremonial que adoraba, con lágrimas sordas recorriéndole las mejillas. Hace mucho tiempo que no escribía con pluma. Las malditas prisas le hicieron abandonarla. Desde aquel éxito inesperado, todas las semanas tenía la agenda abarrotada de firmas de ejemplares en librerías, coloquios, conferencias y ratos a solas en habitaciones de lujo pagadas por las editoriales, donde pergeñaba su siguiente historia en el portátil tecleando febrilmente. Disciplina ante todo, como decía Stephen. Con disciplina ha escrito su última nota; La que dejó cuidadosamente apoyada en la almohada impecablemente planchada de su hotel y que apenas vio desenfocada cuando se balanceaba en sus últimos estertores.
Antes de cerrar los ojos, aquel lunar en la córnea que adoptaba formas mágicas, se convirtió en un prompt que parpadeando escribía:
No preguntes lo que no debes saber.
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