Bogotá, veintiocho de febrero de dos mil dieciocho.
Empujado por una fuerza febril que, sin embargo, no abrasaba,
y con la certeza de que no habría grandes consecuencias,
te convencí para encontrarnos ese día.
Quería conocerte. Descubrirte en carne y hueso.
Cinco de la tardea. Llegó el momento.
Fue un encuentro corto,
era tu cumpleaños y en casa te esperaban.
El brillo de tus ojos me ayudó a relajarme.
La conversación fue ligera, fluida, reconfortante.
Al despedirnos me sorprendiste con un beso robado.
Sin temor y sin remilgos.
Además, en plena calle y a la luz del día.
Más que pasión, una travesura.
Muy agradable, por cierto.
Nos distanciamos sin sorpresa, al menos de mi parte.
Unos cuantos meses más tarde, retomamos ese algo
que hay entre nosotros y que no tiene nombre.
Me enviaste una tarjeta llena de ternura.
Era mi cumpleaños.
Allí volvió a surgir el encanto.
Por fortuna, sin expectativas,
cortesanas malditas que todo lo arruinan.
Y poco a poco nos fuimos acercando,
y las afinidades, y la ausencia de exigencias
te convirtieron en una parte de mi vida,
en un rinconcito sagrado, en un lugar indefinido.
No obstante, agradable
y, sobre todo, reconfortante.
Han pasado de ese día ya cinco años,
y mientras tanto,
mi mundo se ha puesto patas arriba, por fortuna
se ha desencadenado una serie de cambios en mi persona.
Te mencionaré el que más te atañe y el que, quizás, a mí más me importa.
He renunciado al sexo sin una mínima vinculación afectiva.
Hace ya muchas lunas que veo cómo
mi piel se marchita por falta de riego
y no me importa mucho,
pero no quiero que mi último recuerdo sea un doloroso desencuentro.
Fue tan insulso, tan desconectado, tan lleno de afán,
que aún sigo arañándome los pellejos
para borrar cualquier memoria.
Y fue allí donde apareciste renovado.
Mi deseo de ti resurgió casi de la nada.
Empecé a imaginar un nosotros,
pero en otra dimensión,
en un tiempo sin principios ni finales
que tanto limitan.
A mí se me ha hecho tarde para el amor romántico.
Espero que lo entiendas.
Contarte esto que siento, no me avergüenza,
pues es ajeno a mi voluntad
y he sopesado bien la honestidad con la que te lo presento.
Quiero desnudarte y perderme en tus recodos,
pero sin promesas, mejor con agradecimiento.
Quiero que me envuelvas de adentro hacia afuera.
Quiero que te pegues a mi cuerpo en un abrazo silencioso.
Quiero que me marques la piel,
quiero que mis poros te recuerden
saboreando tus olores.
Ayúdame a volver a ese paraíso.
No importa si es solo por un segundo,
pero, por favor no demores.
Este arrebato tardío no tiene mucho tiempo
para esperarte.
Deja una respuesta