La especie humana es harto diversa, pero donde despliega todo su verdadero abanico de posibilidades es en el terreno de la gilipollez. No sólo es ya un dato evidente que el gilipollas florece por doquier, sino que además, cada vez son más comunes comportamientos absolutamente gilipollescos en personas que aparentemente no presentan patología alguna.
El último espécimen con el que me he topado es el petñazo, que no es más que aquel espécimen humano que tiene mascota y que como te coja por banda, no hace más que hablarte de ella. Es algo que sobrepasa mis capacidades de entendimiento. Yo tengo una perra y salgo a pasearla, pero no fusilo al primero que me encuentro con un listado de todas las cosas que sabe hacer porque yo se las he enseñado viendo videos de youtube. De hecho, suelo dar algún rodeo que otro cuando diviso a lo lejos a algún petñazo para evitar que me hable de lo bien que su perro hace caca cuando lo saca y que nunca caga en el centro de una calle, sino que siempre se echa a un lado. ¿En qué momento me ha visto ese hombre a mi cara de interesarme la ubicación exacta de las deposiciones de su perro?
El tema de las deposiciones es otra caja de Pandora que es mejor no abrir, porque sus efluvios te pueden llegar a abrumar. No entiendo lo mojigatos que nos ponemos para hablar de procesos relacionados con el aparato excretor de los humanos y la fluidez con que un petñazo te puede dar detalles sobre la frecuencia, consistencia, color y frecuencia de las mierdas de su perro.
Para colmo de males, hace dos días tuve que ir a la clínica y al entrar me veo un cartel que se titula: “Test de puntuación fecal”. Pueden imaginar las fotografías: mierdas de todas las categorías y tamaños. No me extraña que hasta tuvieran cursos de adiestramiento para los dueños con cata de mierda incluida: “Si la deposición de su mascota tiene un sabor ácido, llévela inmediatamente a su veterinario. Puede ser indicio de “loqueseaquetermineenosis”.
Allí me encontraba yo en la sala de espera con el que vende los cómics en los Simpson, que le llevaba un hurón al veterinario, viendo un cartel de mierdas variopintas y preguntándome en qué momento nos hemos vuelto todos absolutamente gilipollas.
A mi derecha, una señora que mira a mi perra y me dice que se parece a “Budi”, que según me dice, es un perro que sale en una película y era muy simpático. El de los cómics se levanta de la silla y la señora me regala veinte minutos de detalles sobre el argumento de la película donde salía mi perra. Yo quiero estrangular a la señora, que por lo visto es una gran aficionada a cualquier película donde salgan animales. La imagino siendo devorada por pirañas para calmar mi ansiedad, mientras ella habla de “Lasie”.
Yo desconocía que existían tantas películas con animales y ciertamente aquella señora estaba poniendo a prueba toda mi capacidad de aguante. Si tardan un poco más en llamarme hubiera empezado a hablarle de una preciosa película de Peter Jackson titulada “Braindead: Tu madre se ha comido a mi perro”, pero afortunadamente llegó mi turno.
Peso a la perra: 11,6 Kg. y rezo para que no sea el típico veterinario-petñazo que empieza a hablarle a los perros como si fueran niños completamente estúpidos, pero antes de que abra la boca, mi perra ha soltado una linda deposición encima de la báscula y naturalmente me gustaría aprovechar la ocasión para ver qué puntuación fecal tendría en la escala de mierdas que me acabo de estudiar en la sala de espera.
Tendré que esperar para otro día porque resulta que el veterinario no era nada simpático y me ha dirigido una miradita que tendría una alta puntuación en la escala de “miradas que se cagan en un pariente tuyo”.
¿No deja de ser otra puntuación fecal, no?
Mi perra tiene una infección en el ojo y le han inyectado antibióticos. Para que no se rasque le han colocado una lámpara en el cuello (collar isabelino, lo llaman) como las que llevaba el perro que aparece en el video de “Come as you are”. Cuando vi aquel video me pareció cómico y ahora la veo tropezando con todo e intentando rascarse sin éxito y con unas lágrimas en los ojos le pido perdón:

- Lo siento. No os merecéis unos dueños tan gilipollas.
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