Carta para Tánatos

La vida es como un velatorio: te inviten o no te inviten, vas a acabar asistiendo.
Sí, en este texto voy a hablar de la muerte de personas cercanas y de cómo tendemos a afrontarlas. Eso sí, con todo el respeto que me puede permitir el ser un ser tan disperso y tonto (en el buen sentido), solo porque este fin de semana me lo he pasado prácticamente en tan sórdido lugar.
No preocuparse por mí, he ido de acompañante y apoyo, mi familia está bien.

Es curioso como desde pequeños no nos cuentan, en la mayoría de los casos, en qué consiste la muerte. Pensamos que los niños son de cristal y que podemos llegar a romperlos contándoles en qué se basa una parte tan importante de la vida. Sin embargo es acojonante, y lo digo totalmente en serio, cómo «esos locos bajitos» son capaces de asumir y procesar cosas que a los adultos nos hacen dar tantísimas vueltas a la cabeza.
Conozco un caso en el que una peque de no más de cuatro años tuvo que interiorizar que su abuela había fallecido. Después de soltar las lágrimas pertinentes y determinadas preguntas locas adecuadas para su edad, acabó soltando inocentes comentarios propios del desconocimiento de un peque, como por ejemplo «¿Si mi abuela está ahora en una estrella, si se asoma a mirarme se le caerán las gafas?». La abuela en cuestión había sido una paciente mía muy querida, y en cuanto su hija me contó este comentario de su enana, estallé en carcajadas y tuve que parar la sesión (sí, toda la familia viene a verme a la clínica).

Pero centrémonos en los adultos.
Por desgracia, habré vivido como 4 o 5 velatorios en mis casi 30 años. No sé si serán muchos o pocos, supongo que depende de con quién me compare.
En algunos he sido miembro afectado directamente, y en otros he ido en calidad de hombro fuerte y cabeza erguida en quien confiar. O, al menos, ese creo que es mi cometido, porque como no sé muy bien qué se necesita de mi en esos momentos, acabo con las manos delante del pubis y mirando solemnemente al suelo, girando la cabeza en negación de vez en cuando, como interiorizando, no sé, la situación, supongo, y esperando a que algún familiar afectado venga a solicitar mis servicios de apoyo fuerte, como si de un taxi a la salida del aeropuerto se tratase.

El tema es que cuando he sido yo la persona afectada directamente, tampoco he sabido muy bien cómo narices comportarme. Igualmente no sé qué se espera de mi. No sé ni si el resto de la gente se lo plantea también o consiguen dejarse fluir.
Nada, ahí también acabo siendo un taxi fuerte y consistente a la salida del «llantopuerto». Luego, quizá, y como es normal, en algún momento de la semana y sin venir a cuento, acabo rindiéndome y cayendo en las garras de la desolación. Pero para entonces ya ha pasado el temporal y puedo desollarme solo y a gusto.

Lo que sí me resulta curioso, y es algo que he visto en absolutamente todos los velatorios, es que siempre haya hueco para la risa. Da igual que al fallecido se le quisiera enormemente, o a medias, o que hayan venido las 10 personas de siempre por compromiso. La gente esta deseando soltar la tensión que lleva almacenando normalmente desde hace días, puede que desde la habitación del hospital donde ya se iban haciendo a la idea.
Y no me refiero solo a las historias maravillosas sobre el difunto que hacen que se le recuerde con nostalgia, sino cualquier estupidez o broma mal hecha que les pille por sorpresa en un momento que parece estar diciendo «escucha, no te confundas, aquí se viene a sufrir mucho y todo el rato».
Sí, que narices. Parece que el rol de descarado humorista aleatorio #1 se adapta mejor a mi que el de «Lagrify».

Después hay un momento mágico del acompañante, que en el caso de este fin de semana ha sido mi posición en el campo, en el que estoy tan cansado, y en un lugar y momentos tan extraños, que empiezo a dejar de sentir el ambiente que me rodea y empiezo a fijarme en las cosas pequeñas y detalles insignificantes que vibran alrededor. No sabría poneros un ejemplo específico, así que simplemente me limitaré a compararlo con tomar éxtasis o ácido (no tomo ninguna de las dos, pero debe ser algo así segurísimo).
De hecho, la situación puede llegar a ser tan extraña que puede terminar siendo inspiradora en muchos sentidos, hasta el punto de que a mi se me ocurrió una idea maravillosa para un relato, y una de mis personas favoritas (y por la cual yo estaba ahí) pasó de tener un bloqueo creativo a inventarse una idea loquísima y graciosa relacionada con la muerte que espero poder contaros algún día.

De todo esto que os he contado se deriva el tremendísimo cansancio que tengo encima, como si me hubiera peleado con un cercanías en marcha, como si hubiese insultado a la madre de un boxeador, como si hubiera mojado las magdalenas en el jaggermeister.

Ahora, eso sí. Una de las partes positivas del fin de semana es que el velatorio de este finde ha sido en un pintoresco pueblo de Jaén, y he comido que se os va la olla (JÁ). Eh, como si llevase días sin comer. Como si me pagaran por ello. He venido con tantos kilos a Madrid que ya os digo yo que por la aduana no entro. He sentido que el coche había adelgazado dos tallas y me quedaba excesivamente pequeño. He dejado a un lado las escaleras y el ascensor y he subido a mi casa en catapulta.

Madre mía el arroz caldoso que me comí, chiquillos.

2 respuestas a “Carta para Tánatos”

  1. Tengo poca experiencia en velatorios. Me vine a Holanda de treinta año, muchos fr ustedes ni siquiera habían nacido. Casi toda «mi gente» murió primero en mi alma que en el tiempo. Y, además, casi todos me desterraron por no ser una oveja más del rebaño. Aún con mi inexperiencia, supiste llevarme a la incomodidad y, de alguna manera, a la complicidad de un velorio.
    Me gusto muchísimo lo de tu «recien inagurada gordura». Me viene muy bien, porque necesitaba algún indicio para describir el cambio brusco e indeseado em los entornos de mi ombligo. Creo que te robaré las metáforas hasta donde sea posible. Abrazo

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  2. Qué difícil es saber qué hacer en los velatorios… Me ha recordado a un relato buenísimo de Julio Cortázar, titulado «Conducta en los velorios». Recomiendo leerlo o escucharlo de su propia voz con acento argentino-francés: https://www.youtube.com/watch?v=T-HBw80HIjw

    ¡Gracias, Sujeto J!

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