Cesión de pensura

Yacía en una esquina olvidado y acumulaba una gruesa capa de polvo que casi impedía ver su otrora colorido rostro. Por algunas de las costuras rotas se podía ver el relleno, pero nada que unas firmes puntadas no pudieran volver a reintegrar a su sitio.

Dicho y hecho, aquel muñeco tan pulcro y con tan buena factura, a pesar de ser viejo, cumpliría perfectamente con el papel. Todos los colegas de Cabra ya le habían dicho mil y una veces que no lo hiciera, que el teatro de marionetas no era lo suyo. Cualquier hilo mal enganchado podía dejar un pequeño resquicio de libertad a los movimientos de Tata. Tata es como llamaban cariñosamente al muñeco viejo del ático que ahora Cabra iba a convertir en marioneta. Cabra contradecía a los suyos convencido de que incluso esos pequeños movimientos no controlados por los hilos, les podían ser beneficiosos. No había nada que perder. Cabra y sus compinches iban a restaurar a Tata y a ponerlo a decir bufonadas en el centro de la plaza, convencidos de que todo lo que dijera no les podría dañar porque nunca una marioneta habló mal de su titiritero. Apenas alguna broma sin malicia que sólo podía traerle beneficios. Una pequeñita salida del tiesto, para mantener su hombría, y poco más.

Cabra ya sabía cómo hacerlo. Lo había hecho un montón de veces desde que detectó que era más fácil dejar ladrar a los perros, siempre que éstos pastoreen las ovejas hacia donde Cabra quisiera. Sólo tenía que darle dos o tres motivos que cabrearan al perro y listo, sin hacer nada, Cabra ya tenía a su legión de borregos balando a su son.

Esta vez era todo más elaborado, se trataba de pergeñar una función de marionetas en la que, si bien se sabía que Cabra era el autor, quedaba desdibujado por el aura de Tata, que se las daba de marioneta ingeniosa y de no dejarse fácilmente manejar.

El que las consignas de Cabra salieran levemente distorsionadas por boca de Tata, haría que los enemigos de Tata no hicieran más que reírse a mandíbula batiente y a través de él. Se reirían también del propio Cabra, pero la batalla no era contra sus enemigos, la batalla era en el seno de su propio corral y Cabra estaba convencido de que si tenía las agallas de hacer hablar a Tata no ganaría una sola oveja de las Churras o las Ojinegras de Teruel, pero que se metería en el corral tranquilamente a un buen número de las Merinas, así que Cabra cosió pacientemente todas las costuras de Tata y lo puso a actuar en la plaza Mayor.

No fui a la función. Ni yo era Churra, ni Merina, ni Ojinegra. Hacía tiempo que vagaba libre y si bien daba lana, como todos, ahora tenía la costumbre de escupir como las alpacas.

Una respuesta a “Cesión de pensura”

  1. 👏🏻👏🏻👏🏻

    Le gusta a 1 persona

Deja una respuesta

Introduce tus datos o haz clic en un icono para iniciar sesión:

Logo de WordPress.com

Estás comentando usando tu cuenta de WordPress.com. Salir /  Cambiar )

Imagen de Twitter

Estás comentando usando tu cuenta de Twitter. Salir /  Cambiar )

Foto de Facebook

Estás comentando usando tu cuenta de Facebook. Salir /  Cambiar )

Conectando a %s

A %d blogueros les gusta esto: