Ayer recibí una carta tuya. Y el tiempo se paró ante mis envejecidos ojos. Quedó congelado con todo lo que en ese instante me rodeaba.
Mi mente viajó a aquellos viejos años que trascurrieron en lugares ya olvidados. Hacía décadas que para mí no eran más que recuerdos muy añorados, casi ya desconocidos, cogiendo polvo en unos sobres con olor a tiempos pasados.
Eramos palabras susurradas a orillas de la playa bajo sombrillas que proyectaban la sombra de veranos que deseábamos infinitos.
Postales que en su inicio se limitaban a un breve «hola qué tal, me he acordado de ti».
Que fueron dando paso a pequeños amagos atrevidos con algo de vergüenza adolescente: «cómo me gustaría poder disfrutar de estos atardeceres a tu lado».
Y más tarde, cuando se truncó un amor que no dejaron madurar, las cartas empezaron a desaparecer para apenas enviar algún que otro «recuerdos a toda la familia» enviado desde el típico lugar de vacaciones y cargado de sentimientos ocultos.
Todo lo que eramos, todo lo que fuimos y no pudimos ser aún perdura inmortal en aquellas postales de kiosko playero. En aquellas cartas con viejos matasellos.
Y de repente, pasados tantos años, volví a recibir una de tus cartas.Todo, absolutamente todo, paró. Y no sólo metafóricamente.
El corazón se me paró.
Deja una respuesta