Equinoccio perfecto entre alma y cuerpo. Aunque si la noche fuera un poco más duradera tampoco habría queja.
Viendo tan lejos ahora el festival de malvados demonios, asumo el papel de acreedor inconsciente y desesperado de todos los momentos que no viví.
Un suspiro reconfortante precede un estribillo contundente y pegadizo, como el preludio de un claro visible y disfrutable. Pero eso tampoco es, ¿no?
Mezclar tantra y techno. Crear con agua y yesca el fuego. Fallar al respirar y hallar descanso. Acertar al no acertar premeditadamente.
Así encuentra uno el camino correcto, dejándose caer de espaldas al vacío más terrorífico. Llevando la contraria al seso más docto y puesto, más cabal y cuerdo, para acabar mordiendo el polvo más dulce y frugal.
Córtate la venda de los ojos y quítate la de las manos.
Nada está escrito, ni siquiera esto.
Nada está atado, fijado y hermético. Pernos y tuercas en huelga. Abroches y cierres en paro.
Y no es malo, es un regalo: primer «domingos y dominios» sin un ápice de púa en el costado.
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