Querid@ amig@:
He bajado al sótano y del segundo cajón del armario de la derecha he sacado las dos cajas en las que he estado pensando desde hace días. Las casualidades se encadenan y ayer era el momento.
Dos cajas de zapatos forradas a mano con papel bonito y aironfix.
Parece de cuento pero al abrirlas el olor a librería antigua me ha transportado a una época muy lejana en la que escribir y esperar contestación eran una emoción tan fuerte como para llenar dos cajas y trece años de correspondencia.
Parece la vida de otra persona que a los diez años comenzó a escribir cartas. Falta la mitad de la historia pero cuando sea famosa, alguien se dedicará a recopilar las cartas enviadas y juntarlas con las recibidas y publicarán un libro con ellas. Me encantan los libros de correspondencias. Tengo mezcla de voyeur y exhibicionista.
Las más antiguas son felicitaciones navideñas o de cumpleaños y santos. De mi abuela y de mi madrina. Después están guardadas las cartas recibidas en verano, de mis amigas del colegio y de los campamentos. Al parecer de todas las amigas del mundo por el volumen de lo recibido. Luego se añade correspondencia con algunas monjas, profesoras mías, y un tío materno que se tomaba la molestia de tomarme en serio y contestarme a lo que sea que le contara con doce años. Hay sobres de distintas partes del mundo, de colores, con pegatinas, cartas sin sobre con folios doblados y sellados con cera manley roja simulando lacre. La mayoría a mano pero alguna hay escrita a máquina y corregida con tipex.
En ellas se puede leer de todo. Lo poco que teníamos para contar seguido de dos folios de letra redondilla. Si habíamos visto a algún chico que nos gustaba o lo que esperábamos del curso siguiente. Frases recordando la importancia de cumplir once o diecisiete años. O podíamos simular que éramos damas de la corte del siglo XVII que nos enviábamos misivas con lenguaje de época.
Cartas a ciclistas famosos que me contestaban con fotos firmadas y cartas a chicos y chicas desconocidos cuyas direcciones había encontrado en revistas y con los que sorprendentemente mantuve correspondencia varios años. De Soria, Valencia, Cornellá, Japón o EEUU. Algunos sobres tienen fotos donde el susodicho salía con gafas de sol y en la sombra para hacerse aun más misterioso.
Se puede comprobar el paso de los años en la complejidad de los escritos. Desde aficiones a sentimientos o reproches no dichos en persona. Desde descripciones paisajísticas a reflexiones vitales sobre proyectos de vida. Desde un «escríbeme pronto» o «querida amiga por carta» a un «qué de cosa han pasado desde el año pasado» o un «¿cómo te va la vida? » o sencillamente ,»te quiero mucho».
Frases que vuelvo a leer 30 años después.
Mantengo algunas de aquellas amistades, pocas. A otros los sigo en Facebook o Instagram y nos comunicamos con un corazón. Pero todo eso desaparecerá y dentro de otros 30 años no lo podré leer. Y con los nuevos amigos el wasap lo arrasa todo. La inmediatez no me deja escribir con calma. Hago copias de algunas conversaciones o fotos de alguna frase dicha en el momento perfecto y que me llegó al corazón, pero no sé si mi móvil o la nube tendrán el olor a librería que tienen estas cajas.
Sorprendentemente hace poco se me presentó la oportunidad de escribir de nuevo una carta sólo por el placer de hacerlo. Escribir despacio, con cuidado y precaución. Corrigiendo y buscando la palabra más adecuada. Fue por mail, hay que adaptarse a los tiempos, pero con la misma ilusión de esperar la respuesta. Igual que cuando bajaba al buzón de casa a ver si me habían contestado.
Y no tengo nada más que contarte por hoy. Gracias por leerme.
Escribe cuando puedas, pero haz un poder pronto.
Un beso fuerte:
Rocío.
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