Nace en la cascada de tu nuca
un arroyo subterráneo que baja por la espalda.
Con los dedos busco frondas de plantas sumergidas en la dermis,
recorro los meandros con los labios, tropiezo
al pisar los cantos y deshago
algunos juncos anudados;
saludo alegremente a las garzas que habitan
la curva más abajo,
me miran con sorpresa
los gorriones que la sobrevuelan.
Mientras, al otro lado del charco,
donde aun no llega el sol
que sí alumbra los campos de tus omoplatos,
tú pulsas rítmicamente, justo allí,
para que uno de tus costados se encorve con violencia
retorciendo eléctricamente el trazo del arroyo
y haciendo volar las aves que volverán cuando el remanso
haya calmado el estrépito de las aguas
que ahora desembocan y salpican
los hilos con memoria de la sábana.
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