Texto octavo

[Primera parte]

– Así que este es el dichoso cuaderno..

Elena no entendía porque Lidia hablaba del cuaderno como si lo conociera. Se puso a rememorar a la velocidad de la luz las conversaciones que había tenido con ella por si lo hubiese mencionado.

– ¿Perdona?

– Con esta mierda me jodiste pero bien. Pensé en tirarlo un par de veces que te pillé escribiendo en él, pero me diste tanta pena.. Parecía una niñata escribiendo en su diario. Tenía que haberle prendido fuego, y a ti con él.

Elena temblaba de pies a cabeza. No entendía nada de lo que estaba pasando, pero sabía que, fuera lo que fuera, no era bueno.

– Mirate, ahí estás con tu cara de cachorrita desvalida. No estás entendiendo una mierda, ¿verdad?. Como siempre, no eres más que una inútil.

Elena dejó de temblar. La sangre se le heló de tal manera, que no le respondía el cuerpo. Al oir la palabra «inútil» supo quién hablaba. Se la había dicho en tantas ocasiones, con el mismo desprecio, marcando siempre sílaba a sílaba (golpe a golpe), haciendo que Elena nunca olvidase lo que opinaba de ella.

Pero no podía ser.. Lidia era una chica, ¡una chica!. Su pecho, las caderas, los labios, el rostro.. no podía ser lo que Elena pensaba.

Mientras, Lidia iba andando por la habitación, acortándo la distancia entre ambas.

– Es muy sencillo. Tras tu denuncia y la condena, decidí que acabaría contigo. Así de simple. A mi nadie me jode, y menos una puta como tú. El dinero da todo, Elena, todo. Hasta una nueva identidad, sobretodo física. Lo más difícil fue callarme cuando me contabas todas esas mierdas sobre mí. Con lo bien que me he portado siempre contigo.

Seguía moviendose por la habitación con lentitud pero firme, acercándose a Elena cada vez más.

– Sabes que merecías cada golpe que te dí, cada palabra que te dije. Si me hubieses hecho caso a la primera de cada una de las cosas que te pedía, nada de esto hubiese pasado. Y seguiríamos juntos. Pero no. Tu tenías que denunciarme, y contar al mundo nuestras intimidades. Eso no está bien Elena, no está nada bien..

Elena no dejaba de mirar a Lidia, de mirar a esos ojos que siempre la despreciaron, que se alegraba de cada gota de sangre salpicada de su rostro tras cada paliza. De pronto, el odio se apoderó de ella, fue consciente de la poca distancia que existía entre ambos y supo que tenía que actuar.

Se abalanzó sobre Lidia con todas sus fuerzas y trató de estampar su cuerpo con la librería que tenía detrás, con la intención, tal vez, de poder darle un golpe en la cabeza y dejarla sin sentido. Sin embargo, Lidia era Luis, y tenía la misma fuerza que ella siempre había sufrido en su piel. La cogió de las muñecas, se las apretó con fuerza y consiguió quitársela de encima.

Antes de poder reaccionar, Elena volvió al ataque y arañó a Luis en la espalda y le cogió del pelo. Éste gritó, se giró y le propinó un puñetazo en la barriga. Elena, doblada de dolor, volvió a revivir lo que tanto le había costado olvidar.

– Hoy haré lo que tenía que haber hecho hace tiempo.

Elena se echó hacia atrás y notó el marco de la ventana. Al segundo siguiente, notó como sus pies se alejaban del suelo y su cabeza volaba dirección al asfalto.

Y esto, es lo que realmente pasó. La historia de mi asesinato.

Una respuesta a “Texto octavo”

  1. Muy bueno.

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