Es el primer domingo de marzo de 2013. El Papa Benedicto XVI renunció hace unos días al pontificado, se ve que el abuelo necesitaba vacaciones. Parece que era la alternativa menos trágica a suicidarle, como suele suceder cuando alguien importante se vuelve problemático. He dormido dos horas, el turno se me está haciendo eterno. Llevo varios días tosiendo sangre, casi sin comer, casi sin dormir. Trabajar de cara al público está bien, salvo días como hoy en los que uno prefiere haber nacido piedra o árbol, y ser indiferente al Ser Humano. En mi cabeza pensamientos intrusivos y flashbacks de toda la semana durante toda la semana. Vuelvo al principio una y otra vez, parece que han pasado siete meses en lugar de siete días.
Es lunes. El cielo brilla en su mirada con la intensidad del azul más hermoso que jamás hubiese podido imaginar, como siempre a pesar de las nubes de los días anteriores. Estamos en la sala de cine de la residencia. Me mira, me habla. Su voz sólo confirma lo inevitable. Su voz dice que no es por mí, que es por ella. Los dos sabemos que es una verdad a medias, al final ella necesita respirar y yo la estoy arrastrando al fondo del abismo. El poster de Sin City sobre nosotros, que tantas veces he admirado, se vuelve ahora un spoiler del universo. No se me ocurre mejor símil para la situación, todo se vuelve gris como en la película. Somos Nancy Callahan y el detective John Hartigan, interpretados por Jessica Alba y Bruce Willis. La joven y el viejo. Me resulta adecuado. Un final de película: la joven vive, el viejo… Bueno, digamos que no se jubila en Benidorm. Es “un trato justo”. Yo acabaré en el abismo de todas formas, no sería decente apagar su luz en la huida hacia mí mismo. Nos despedimos, la veo alejarse por el pasillo, más triste que nunca, aún hermosa como el primer día, aún con su último abrazo tocando mi corazón. Cierro la sala, devuelvo las llaves y firmo el acta de defunción del detective Hartigan, a las 13:59. Consumo dos cafés y dos cigarros en toda la jornada. Mañana será otro día.
Es martes. Medito, voy al gimnasio, cocino algo. En el hilo musical de la cocina del edificio suenan esas canciones melancólicas, que acompañan a los protagonistas de películas de sobremesa al contemplar el paisaje mientras viajan en tren. Miro a mi alrededor y juro por dios que me siento a parte del mundo. Me estoy despersonalizando o algo así, me parece todo un sueño de serie B. Un mal sueño de Resines.
Es miércoles. Me despierto enfermo. Sobrevivo como puedo a mis delirios febriles hasta que me bajan un par de Ibuprofenos con un vaso de agua. Me repongo, más por el gesto de cariño que por la medicina. Paso el resto del día tratando no de deshidratarme por los ojos.
Es jueves. Nos cruzamos, hablamos. Sonreímos. Parece que la idea de compartir un té y charlar le resulta positiva. Nos cruzamos, hablamos. Ella ya no sonríe. Es noche de tour de bares, ella no puede ni verme, y yo no entiendo nada, así que bebo, a ver si con suerte tampoco me encuentro en el espejo.
Es viernes. O sábado. Son las 02:00 de la madrugada en algún momento. Estoy borracho sentado bajo la ducha, el agua no limpia la culpa. Las arcadas me parten por la mitad. Pero siempre hay sitio para otro vasito de vino, que dicen que es bueno para la salud. Ya no sé qué he hecho o dejado de hacer según qué día, todo se mezcla y es confuso.
Es domingo. Por fin acaba el turno, y empieza la temporada de F1. Parece que Fernando Alonso tendrá un año interesante, a pesar de que los coches de la escudería Red Bull siguen por encima del resto. Tiene pinta de que dentro de diez años, en 2023, seguirá siendo así. Quién sabe, quizá Fernando, ya con 41 años, siga compitiendo en más escuderías, después de haber probado suerte en otro tipo de carreras deportivas como el Rally Dakar. Lo que es seguro es que, por más años que pasen, yo seguiré recordando aquella historia de película, la de la joven y el viejo. Aquella casualidad imposible, la pequeña Nancy Callahan. Aquel cielo brillando entonces en su mirada, más hermoso que nunca antes, de color azul celeste.
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