Yo soy así – 6

YO SOY ASÍ – 6

»La relación con Hans iba muy bien. Un amor tangible y reposado que me hacía sentir valiosa, importante y respetada. Sus amigos me recibieron muy bien; al punto de sorprenderme por no recibir preguntas o miradas maliciosas. Con la familia no fue tan fácil.

Ellos vivían en Kampen, una ciudad pequeña a poco más de una hora de Ámsterdam y conocida por la iglesia ultraconservadora que dominaba a sus ciudadanos. Nos invitaron a cenar una noche de sábado. Cuando llegamos estaba toda la familia reunida; padres, hermanos con sus respectivos conyugues, doce personas para ser exacta. A excepción de sus padres, todos me saludaron en inglés y de forma muy cordial. De la única persona que sentí una actitud distante, de desagrado, fue de su papá. Aunque fue cortés, se le veía el brillo de desagrado en sus ojos.

Pasada una media hora y terminado el círculo de preguntas indispensables, la mamá dijo algo y se levantó para ir a la cocina. Ellos volvieron a hablar en holandés. Fue un alivio para mí pues no quería ser el centro de atención. En un par de minutos estaba puesta la mesa.

Durante la cena uno de sus cuñados, en un intento de ser amigable, me preguntó, a tono de broma, si me iba a dedicar al negocio de la cocaína. Yo, sin pensármelo dos veces, le respondí:

—No tienes aspecto de…— Hans no me dejó terminar la frase. Nos interrumpió de forma cordial, pero tajante:

—A ver, no estamos aquí para hablar de ese tipo de temas.

La hermana intervino para suavizar la situación.

—Es admirable tu dedicación para aprender nuestro idioma; no muchos extranjeros no se lo toman en serio.

—Muchas gracias— le dije y agregué: —Nunca me hubiese imaginado que podría ser tan difícil.

A partir de ese momento, me sentí muy incómoda y, como lo hago con frecuencia, me aislé en mis propias ideas. No sé bien cuánto tiempo duró la cena; a mí, se me hizo interminable.

Tan pronto terminamos la comida, Hans se levantó para despedirse. Yo hice lo mismo. Le di las gracias a sus padres en holandés y de los demás, me despedí en inglés. Tan pronto cerraron la puerta, Hans me dijo en tono enfadado:

—¿Por qué tienes que estar siempre a la defensiva y con cuatro piedras en la mano? Que si no intervengo, seguro le hubieras dado tu rastrillada respuesta.

—¿Cómo te atreves a hablarme así? Se supone que estás de mi lado. Lo debiste haber puesto en su lugar por irrespetuoso; qué broma tan desagradable, y qué decepción que tú no hayas hecho nada. Si es así como me piensas apoyar, estoy jodida.

—Caramba, a ti se te sube la sangre por todo. Cómo te gusta el drama.

—Sí, se me sube la sangre con facilidad. ¿Qué harías tú, tan ecuánime, si alguien que se supone que debe recibirte de forma amistosa, empieza a atacarte?

—No le prestaría atención y punto.

—¿Y la cara de desagrado de tu papá?

—Nomi, él tiene más de noventa años, es de otra generación. Mucha gracia es ya el hecho de que te haya recibido en su casa. Mi madre tampoco baila de alegría, te acepta con cariño porque sabe que eres mi pareja, pero no es exactamente lo que ella hubiese deseado para mí. Aterriza. Nunca te dije que te pondrían alfombra roja.

No hablamos nada durante el trayecto de regreso. Solo en el momento de darnos las buenas noches volvió a hablar:

—Eres muy impulsiva. Decirme que yo no te apoyo es injusto. Feliz noche.

—Tienes razón, debí haberme quedado callada. Me parece mejor que no volvamos a su casa.

—Sí, quizás es lo mejor. Si no eres capaz de controlarte por un comentario tonto, deberías vivir encerrada. Con esa actitud no vas a llegar a ningún  lado.

Se volteó y entre dientes, dijo:

—Feliz noche.

Yo ni siquiera le respondí. Estaba muy enfadada…

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