-Alicia, ¡despierta!, rápido. No ha sonado el móvil.
No saber si entras o sales de un sueño es una sensación muy desconcertante. Pierdes el sentido de la realidad que te ancla a la vida. El tiempo ya no tiene importancia. Nada tiene importancia
-Corre, yo me ducho y tú despiertas a los niños.
¿Ahora tengo niños?, ¿no estaba atada con correas y un suero en el brazo?.
Oigo la ducha y huelo el desodorante de mi marido. Esto me sirve. Abscisas y ordenadas. Me puedo situar en el espacio. Pero, ¿y la segunda dimensión?.
-Mami, ¿me has firmado lo que te di de la excursión?
Tengo que hacer como en el hospital. Solo una respuesta por pregunta. Intentar ser coherente. Contestaciones cortas y muy concretas. Aunque ahora huele a cola cao y a pan tostado que me encantan y eso me despista.
-Mami, ¿pueden venir a jugar los amigos esta tarde a casa?
-Alicia, ¿hoy trabajas hasta tarde?
Gatos, sangre, hijos, cola cao , correas, agujas, la escalera, el desodorante, la excursión, firmar, tostadas, amigos. ¿Amigo? Mario. ¿Mario?, ojeroso, sin afeitar, ¿no habías desaparecido?
-Alicia, tienes cara de migraña. ¿Los llevo yo al colegio y tu te vuelves a dormir?
No. Dormir otra vez no. No puedo perderme en la única dimensión que me queda.
Pero parece que sí. Porque el telefonillo vuelve a hablar. Porque estoy subiendo las escaleras. Porque Mario me abre la puerta y tiene cara de culpabilidad. Porque no puedo mirarlo y le hago daño para que desaparezca. Porque quiero que se muera. Porque me duele. Porque me dio a entender. Porque lo malinterpreté todo. Porque no puedo soportar ser la culpable del desastre.
Ahora sí. Recuerdo empujarle como si fuera un muñeco. No opuso resistencia. Es débil. ¿70 kilos?. Era débil. Recuerdo que se golpeó contra la esquina de la pared. Sonó la crepitación del hueso al romperse y me fascinó el sonido, ¿quizás me era familia?. Mario en el suelo ya no parecía tan inalcanzable. Ya no tenía conocimiento. Ni él ni yo. El almohadón me lo hizo fácil aunque la sangre ya lo tapaba todo. Apreté sin verle la cara. Ya no tendría que hacerlo nunca más. Los ojos más luminosos del mundo no volverían a iluminar ninguna otra obsesión.
Cuando asesinas a alguien que no te pone resistencia puede considerarse suicidio asistido. Mario me llamó. Mario me esperaba. Me miró con ojos de culpabilidad. Me habló sin abrir la boca, como hacía siempre. Me pidió ayuda. Esta vez lo interpreté de forma adecuada, creo. Quería la muerte. Y me la ofreció a mi porque sabía que me estaba ayudando. Ya no habría dolor para ninguno de los dos.
Recuerdo ahora ser yo la débil. Me noto el pulso acelerado, la frialdad y el sudor previos al síncope. Los destellos brillantes antes de la nada negra de no tener sangre en el cerebro.
Sueño en paz. Sueño que una parte de mi ha apagado la luz del mundo y la migraña ya no late de forma pulsátil. Ya no duele. Nada duele.
-Alicia, ¡despierta!. Ya ha venido la doctora y te ha pedido unos análisis antes de la terapia. Túmbate que ya sabes que te desmayas al ver la sangre.Venga Alicia. ¿Sabes? hoy tienes los ojos más brillantes que de costumbre. Es solo un pinchazo. Y luego desayunas, tostadas y cola cao.
-Alícia, duerme cariño, yo me ocupo de la casa y de los niños. Descansa, me quedaré despierto a tu lado hasta que pase todo.
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