Es febrero de 2003, la semana pasada el río Ebro inundó varios municipios y obligó a desalojar varios centenares de personas. Las flores en el centro de la mesa hace tiempo que no tienen el aspecto cuidado del año pasado a estas alturas. No son las mismas, aquellas murieron. Las que vinieron después, también. El ciclo de la vida. A veces hay alguien que te riega, a veces no, te marchitas y se te reemplaza por algo parecido, más barato. El Ser Humano pronto dejará de regarse a sí mismo, sustituyéndose también inconscientemente. No pasará mucho tiempo hasta que seamos relevados por inteligencias artificiales que diseñarán inteligencias artificiales en un bucle infinito de avance científico que quedará fuera de los límites de nuestra comprensión. No podremos diferenciar entre algo escrito de forma artificial o no. Quizá como esto, quién sabe.
Pienso en ello mientras media galleta redonda y dorada sucumbe al peso de la gravedad y cae en el vaso de leche. Salpica el mantel, el suelo, la manga de mi bata. Siento el calor del líquido filtrándose por la tela hasta alcanzar la piel de mi antebrazo.
– Espero que antes de que Robocop me quite el trabajo aprendan a diseñar galletas en condiciones – le digo a mi mujer desde el otro lado del salón, sentado en la mesa junto a la ventana.
– Para eso deberías tener trabajo – replica ella, mientras plancha con el Diario de Patricia de fondo en la televisión.
Al César lo que es del César. Podríamos inspirar perfectamente los guiones de una serie de escenas de matrimonio, como esa de la tele. Pepa y Avelino, grandes exponentes del silencioso drama de la sociedad española. Imagino a los guionistas escribiendo sus experiencias a modo de redención con sus insípidas existencias.
Salgo a la calle aún con los pensamientos existencialistas rondándome la mente. “Me cago en la puta, me he dejado la cartera”, pienso al bajarme del ascensor. Vuelvo. Cojo la cartera. Bajo. Aguanto como puedo el frío hasta el bar La Oca, a dos manzanas del edificio. Es tarde de fútbol, mejor venir al bar que seguir en casa considerando convertirme en guionista para la tele. Pido un descafeinado con whisky. Miro alrededor, cada parroquiano cargando con su existencia insípida a su manera. Me veo reflejado en ellos, siento que, de alguna manera, no somos tan diferentes. Salvo por el expolicía gordo del portal 38, que lleva una camiseta del Atleti, podría ser cualquiera de ellos. Es bastante repulsivo.
Deja una respuesta