No podía aguantar su mirada, no podía soportarlo. No era para mí. Doblé el periódico del revés para que la portada quedase hacia adentro y así dejar de ver esos ojos. La soberbia, la autocomplacencia y la condescendencia desbordaban sus pupilas. Premio Planeta 2023, ¡un p*** conejo!
Sabía que tras ese pseudónimo se escondía alguna de la alimañas que se habían hecho con la parte sur de la ciudad. Cuando el Centro Educativo de Seguridad Vial quedó abandonado, los conejos que habitaban los campos del otro lado de la carretera se instalaron en él rápidamente. Yo los observaba una vez al día, coincidiendo con el paseo vespertino que aun suelo dar con mi perro. Al principio, se movían caóticamente por el circuito diseñado para que niñas y niños aprendieran a desenvolverse cívicamente por la ciudad. Pasos de cebra, semáforos con luces fundidas, alguna rotonda y varias señales poblaban el interior del recinto. Bueno, y los conejos. Poco a poco sus movimientos comenzaron a ser más coordinados. Pasada una semana, ya solamente cruzaban por los pasos de cebra. Después, empezaron a cederse el paso. A los dos meses inclinaban la cabeza como gesto de saludo y reconocimiento al encontrarse. Cada vez más civilizados, me mantenían la mirada a través de la alambrada. Algunos lanzaban palos para que mi perro corriera detrás y reían a carcajadas.
Yo avisé de que algo se nos estaba yendo de las manos, pero nadie le dio importancia. Hoy, el tal “Roger Traffic” gana el p*** Premio Planeta con una novela (“El mito de la madriguera”) -bastante mediocre, por cierto- y a todo el mundo parece resultarle de lo más normal. Menos a mí, a mí no. Y tampoco pienso conformarme con haber sido finalista.

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