Maggie había sido groupie desde los 16 años. Lo fue por casualidad. Fue por causalidad que perdiera la virgnidad con el batería de un grupo que por entonces tenía cierta fama a nivel estatal, pero no fue casualidad que observase como se le inflaba el ego a aquel tipo al decirle que tenía la polla más grande que había visto jamás.
Fue sincera cuando se lo dijo, tampoco había visto muchas pollas, pero bien es cierto que también fue la última vez que fue sincera con aquel tema hasta el final de sus días.
Maggie vio como podía conseguir todo lo que quería con sólo pronunciar las palabras ante cualquier tipo con algo de pasta, sólo tenía que decirle:
- Cariño, tienes la polla más (—) que he visto en mi vida.
Podía sustituir el contenido de los paréntesis por el adjetivo que quisiera, que invariablemente los tipos cambiaban su actitud. Paradójicamente la trataban con más respeto y por supuesto, aflojaban la tela sin pestañear.
El secreto estaba en no fallar el tiro, porque había mucho músico tieso y no era rara la ocasión en que algún famosete, tras hacerla gozar con un buen polvo tras el consabido piropo a sus variopintos miembros viriles, le pedía dinero a ella para volver al hotel en taxi alegando cualquier excusa poco elaborada. Eran las menos, porque ya era experta, pero sucedía a veces. Gajes del oficio.
Maggie era una mujer de bandera y había ascendido rápidamente en el mundillo. Hasta llegó a estar un par de semanas con las inefables GTO. Se pegó a ellas y estuvo presente en el episodio del tiburón con los Led Zeppelin, aunque cuenta que no fue del todo como lo relatan. No fue un tiburón, sino un escualo menor, un cazón o algo así y lo que nadie dice es que en primer lugar fue la loca de Pam la que pidió que le introdujeran el escualo en su vagina y lo que menos se dice aún es que después terminó en el ano del mismísimo Peter Grant, el gordo cabón, mánager de los Zeppelin.
Después de aquello vino la debacle y la cagó el día que le encargaron hacerle el molde a la polla de Frank Zappa. Se lo curró como ninguna, el bueno de Frank la tenía dura como el mármol, pero se Maggie pasó con la temperatura de la cera y el alarido que soltó Zappa, se escuchó en todo Sunset Boulevard.
Aquelló la vetó para entrar en cualquier grupo de las élites. Podía haber estado a la altura de Pattie Boyd, Sable Starr, Bebe Buell o cualquier otra, pero se tuvo que guarecer en segunda fila después de dejarle una cicatriz al pobre Frank en su maltrecho pene.
Maggie conocía el oficio y se buscó la vida huyendo de los focos y descubrió que los de la segunda fila eran aún más desprendidos con el dinero que las estrellas, probablemente porque se lo robaran a estas, pero el origen del dinero era algo que no le preocupaba, sólo su destino. Su bolsillo.
Los manager, los pipas o los montadores eran todos tipos duros, casi todos tenían su historia de estrella del rock frustrada detrás. Todos tenían más talento que sus jefes, pero sencillamente es que no habían tenido los contactos.
Pasó aquellos años a la estela de las grandes, tirándose a toda esta fauna de tipos maltratados por el destino; vaciando sus bolsillos y escuchando sus miserias.
Así era el tipo con el que estaba la última semana.
Los Zeppelin andaban en su cuarta gira americana, la que empezó el 5 de agosto del ’70 y eran el grupo más bestia del momento. Sus juergas eran legendarias y no había groupie que no hubera hecho su presencia por el backstage de alguno de los cuatro. Dicen que John Paul Jones era el más calmado de los cuatro, pero nadie lo había visto como Maggie en aquella azotea del Four Seasons, de cocaína hasta las orejas intentando sodomizar a una estatua. No, John Paul Jones no era el más calmado.
Dada su fama quemando miembros viriles, pronto salió del círculo de los cuatro, pero se cameló al pipa de Jimmy. Se hacía llamar Jimmy Cage y cuando Maggie le preguntaba porqué se había puesto ese nombre tan cómico por la proximidad al de su jefe, él respondía altanero que había estado barajando la posibilidad de ponerse Jeff Peck como nombre artístico, para joder a Jimmy, pero que al final prefirió hacerle la cama un poco para dar a entender que idolatraba a su jefe.
Al final somos todos un poco groupies, se decía Maggie. Nos afanamos en complacer al que pensamos que nos puede beneficiar, halagando su ego.
Cage insistía en que Jimmy era un bluff, que era todo pose y que él mismo tocaba mejor que el propio Page. Sí, os lo podéis imaginar. No tuvo los contactos necesarios, por eso era pipa en vez de guitarrista líder de la banda más famosa del momento. Valiente capullo estaba hecho.
Maggie lo había visto todo. Se sabía ya todos los cuentos, todas las excusas. Vivía en la trastienda del glamour y se sabía todas sus miserias. Como todo en el mundo del rock and roll, las miserias, también eran más sórdidas de lo normal. Más sucias. Más miserables, si cabe.
En la miseria cotidiana de la vida de cualquier persona se dan los dramas que todos sabemos, pero se dan a plena luz del día. Todo el mundo los conoce. A tu vecina del cuarto la abandonaron porque su marido era maricón y se enteró todo el bloque. Al que vivía en el bajo izquierda lo pillaron con pornografía infantil y lo calzaron a hostias en el portal del bloque pero en la trastienda de la fama todo se ocultaba, todo se parapetaba tras toneladas de rímel y cocaína y se hacía cada vez más grande y ponzoñoso.
Maggie estaba ya harta de todo aquello y por eso iba a acabar con todo del modo más puro que se le podía ocurrir, diciendo la verdad por segunda vez en su vida.
Aquel día tórrido de agosto, Cage estaba con su cantinela de siempre: Jimmy (el original) le había pedido a última hora que le explicara esa digitación que se había inventado para la escala persa y cuando Page la tocó improvisando en medio del solo de “Dazed and Confused” el auditorio se vino abajo.
Cage se estaba metiendo aquella noche ya su sexta raya y poniéndose otro chupito de Jack, cuando empezó a llorar diciendo que ese aplauso se lo habían robado, que Jimmy Page no tenía ningún mérito pues no hacía más que copiar y copiar. Copió a Beck, se llevó su repertorio, copió a los grandes del blues y los machacó hasta convertirlos en ruido atroz y ahora le había copiado a él la digitación de la puta escala persa, ¡Puto Jimmy Page!, rugía entre chupito y chupito.
Se habló mucho después de aquella noche y no hay nada claro. Yo sólo sé que nada de lo que ocurrió allí fue casualidad. Yo estaba allí y sé que no fue casualidad que Maggie le apremiase a meterse otra raya, ésta con no sé qué sustancia extraña que habían traído de Madagascar y que yo mismo le había pasado a ella diciéndole que tuviera cuidado con aquello. Tampoco fue casualidad que aquel día hubiera un bate de beísbol en su camerino, justo al lado de la cama y no fue casualidad que Cage llegase desquiciado de la prueba de sonido porque alguien había borrado los presets del ampli de Jimmy Page.

Rabiosamente, como solo los fracasados ahítos de alcohol saben hacerlo, Jimmy se bajó sus pantalones y blandió su pene flácido ante la cara de Maggie espetándole que se la iba a follar mientras sonaba “Byron-Y-Aur Stomp”.
- Sí cariño, como tú quieras- Decía Maggie mientras desplegaba todas sus artes en el viejo oficio del sexo oral, en el que era una maestra indiscutible, como el mismísimo Frank Zappa certificó antes de que le quemase el pene.
Y cuando Jimmy estuvo a punto y se dispuso a penetrarla, Maggie consumó su sacrificio dejando que la verdad fluyese por su dulce voz y mirando fijamente al orificio de su polla, esta vez sí, erecta y dura.
- Cariño, por muchas escalas que le enseñes a Jimmy, la sigues teniendo más pequeña que él.
Jimmy no estuvo esa noche en la fiesta después del concierto y me contaron que volvió de madrugada muy alterado diciendo que Maggie lo había dejado.
Yo nunca lo creí del todo y desde luego, aquella fue la última vez que la vi.
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