La última vez que lo vi

Dieciocho de Agosto de 1998. El ruido del bar de abajo, el olor a frito entrando por las ventanas de madera que nunca se cerraban en aquella casa de pueblo abierta a todo el que quisiera entrar.

No tenía mala cara, siempre fue muy delgado. Yo me parezco a él. Por eso a veces tengo miedo. Hipocondría. Lo recuerdo sonriendo apoyado en el marco de la puerta del distribuidor del suelo con baldosas de cerámica que comunicaba la salita de estar de verano con todo el resto de habitaciones. Me dijo que se iban a Madrid, que no se encontraba muy bien. Pero yo no lo entendí. 

Después pasaron los días y empecé a preocuparme. Mis hermanos y yo nos quedamos allí con mi abuela y todo parecía normal, y no. Puede que yo percibiese que algo pasaba, pero no lo recuerdo bien. Sólo le recordaba los días anteriores haciendo paellas debajo de la higuera y al lado de la piscina que él mismo había montado en el patio. 

No sé a qué edad debe plantearse uno que a todos nos llega la muerte. O entenderlo de verdad. Quizá no lo entiendes hasta que lo vives de cerca. Quizá no hasta que algo te hace click. Es todo un proceso. 

Aquella fue la última vez que lo vi. 

5 respuestas a “La última vez que lo vi”

  1. Qué bonito… Gracias por compartir

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  2. Precioso y un poco triste. Muy bueno Ana.

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  3. Corto y directo. Me encanta 🙂

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  4. Muchas gracias a todos! Me encanta que compartamos

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  5. Qué perspectiva más dura. Abrazo fuerte.

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