Decides detener el ascensor en el sótano del hospital. El diseño del montacargas es de época, la cabina tiene puertas interiores con ventanas, que tienes que abrir manualmente hacia los lados. La puerta exterior es parte de una rejilla negra que envuelve la estructura. Sales al exterior forzando el picaporte y la puerta sobre las bisagras, cuyo sonido metálico se pierde en el pasillo tenuemente iluminado frente a ti.

Avanzas hacia la luz con dificultad, tienes el cuerpo magullado debido a la caída entre plantas por el desprendimiento del suelo, que te ha sorprendido antes mientras buscabas la salida de emergencia. La luz cada vez más cercana daña tus pupilas, te apoyas en la pared de ladrillo y cojeas sobre una alfombra de hojas secas. En el techo hay tuberías oxidadas de las cuales nacen abundantes goteras, y un desagradable olor a humedad colma tu sentido del olfato. A parte de los ecos originados por el entorno, no has escuchado nada desde que has despertado dentro de una máquina para resonancias magnéticas. No sabes cuánto tiempo has estado allí postrado, tampoco reconoces el lugar. Aparentemente eres la única persona en los alrededores.

La imagen del exterior se te presenta cada vez más clara. Una puerta doble, abierta sólo a medias, ante la cual hay una silla de metal sin reposabrazos, y escombros a ambos lados del corredor. A pocos metros de tu posición, en la pared que te sirve de apoyo, nacen unas escaleras hacia las plantas superiores. Te sobresalta un fuerte ruido a tu espalda: tras de ti escuchas cerrarse las puertas del ascensor con un golpe seco, y el sonido renqueante de la cabina subiendo se pierde a lo lejos. Desde el otro lado de la puerta doble, más allá de la luz, te llega el rumor de lo que parece un motor encendido.

– Si decides seguir cojeando hacia el exterior y averiguar el origen del sonido, avanza hasta la página 22.

– Si decides descansar en las escaleras y explorar más a fondo el edificio, avanza hasta la página 94.

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*Fotografía de Denny Müller