Cuatro golpes fuertes

Alexandra estaba sentada al otro lado de la habitación. Era raro, pero siempre que conseguía volver de sus expediciones, me hacía sentir una sensación agradable y profunda de paz, como si la guerra que se libraba en las calles nunca hubiera ocurrido. 

Como si hubiésemos vuelto a la normalidad.

-Eh, Eddie, vuelve conmigo, ¿Quieres? Me estabas contando cómo te había ido allá fuera.

-Si, perdona Ale. Tiendo a perder la noción del tiempo aquí dentro.- Aparté la mirada de su pálida cara y volví a mirar por la ventana. Parecía que todo estaba en calma.- En fin, como te iba diciendo. No duré ni diez minutos en el pasillo de ese supermercado antes de que regresaran los no muertos. Así que cogí lo primero que vi en la balda, lo metí en la mochila y salí corriendo. Uno me bloqueó el camino y acerté a darle un buen golpe en la cabeza con mi palanca. Después, tres más me esperaban en la puerta del súper, y aunque se lanzaron a por mí con rabia, me los quité de encima rápidamente a hostias. Una matanza, créeme. Cuándo ya vi campo abierto, pude correr en direcc…

– Para un momento ahí. Cómo te hizo sentir esa… ¿Matanza?

– ¿Eh? Ah, bueno, no sé. Eran ellos o yo. Obviamente no me gusta la sensación de peligro, pero no puedo negar que me siento vivo cada vez que atravieso sus sesos con fuerza. Hay una voz que me dice que estoy haciéndole un bien al mundo eliminando a esos descerebrados.

– Y… de todos esos… No muertos… Dirías que uno de ellos era, como decirlo… ¿Más pequeño de lo normal?

– ¿Cómo dices? Estás muy rara hoy Ale. No sé qué te pasa pero estás empezando a asustarme…

Volví a mirarla a los ojos y, por primera vez desde que la conocía, pude leer ira en su rostro. No era propio de ella perder la compostura.

-Por favor, Eddie, respóndeme. ¿Cómo te hizo sentir eliminar al pequeño? No es una pregunta muy difícil.

– Espera, ¿te han mordido? ¿Es eso? ¡Ni te me acerques! ¡No tengo mi palanca, pero te juro que puedo defenderme sin ella!

Alexandra mudó el rostro. Pasó rápidamente de la ira, a algo que fugazmente pude percibir como miedo, y finalmente a la desilusión y el abandono. Se levantó de su silla, avanzó hacia la puerta y dió cuatro golpes fuertes contra ella. Cuando iba a insultar su falta de sesera por llamar la atención de los descerebrados, se abrió la puerta y una persona con bata salió al encuentro de Ale, que me dedicó una última mirada triste mientras le decía a su libertadora:

-No va a recapacitar, ya lo he intentado. Dobladle la medicación y ponedlo en cuarentena dos semanas más. Voy a pedir el cambio de residente, no creo que éste quiera hablar más conmigo. Y, sinceramente, yo tampoco puedo más.

La puerta se cerró, y yo me abandoné una vez más a mis tortuosos pensamientos.  Recé por Ale unas cuantas veces ese día, por que volviese sana y salva de su expedición a las fauces de la muerte. Al fin y al cabo, no tenía a nadie más en el apocalipsis.

Afuera, la cosa estaba muy tranquila. Quizá demasiado tranquila.

Una respuesta a “Cuatro golpes fuertes”

  1. Vaya, vaya. Muy interesante perspectiva… me gusta.

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