Es una cueva muy pequeña, apenas un agujero horadado en la piedra caliza por el lento discurrir del agua de lluvia filtrada durante años desde el subsuelo que la cubre a modo de bóveda ojival. Un agujero en el que casi no cabe un ser humano de tamaño medio.
En la jamba derecha del arco que es su pórtico de la gloria particular, no hay apóstoles tañendo laúdes, o zanfoñas; hay una raíz aérea majestuosa que siempre me pareció la arteria misma de la propia montaña. Aquella cueva era la entrada a las tripas de la montaña, ya no cabía duda.
Atravesando el umbral, apenas hay sitio para acomodarme de pie. Recostado sobre una de las frías paredes para dejar algo de espacio, me acomodo e intento aclimatarme al frío del interior y al bajo nivel lumínico. Cuando ya soy la cueva me reprimo por última vez: Déjate llevar.

No sé si la cueva ahora es más grande o soy yo que he empequeñecido para percibir el más mínimo detalle, el caso es que estoy en un espacio abovedado horadado en la piedra que me parece de grandes dimensiones. Ante mi tengo a un gorgojo de mi tamaño. Conserva la fisonomía de tan característico artrópodo, más en su trompa quiero advertir dos círculos a modo de globos oculares que me miran amablemente.
En uno de los muros laterales sobre los que descansa la bóveda de piedra natural veo una antorcha que está languideciendo, tiene una llama que azulea casi.
En ese momento el gorgojo me habla. No lo hace articulando ningún orificio de su cuerpo que se asemeje a la boca, es una voz interior. Resuena con el eco y la majestuosidad de lo que es cierto, de lo que es verdad a secas. No es dogma, es saber.
El gorgojo me dice que ese es mi fuego, que no lo cuido y que se apagará si no me esmero. Ahora me dice que me deje llevar, que me va a sacar de la cueva y me va a enseñar en lo que podría convertir aquellas ascuas moribundas.
En mi ímpetu por reavivarlo, le quiero añadir un leño de encina de grandes dimensiones, como aquellos que mi padre echaba a la chimenea y prendían rápidamente, pero aquí consigo el efecto contrario, casi lo apago si sigo así.
En este nivel el gorgojo ya no tiene más que decirme y levanto el inmenso leño para que el oxígeno reavive la llama.
El viento del norte me trae los cánticos de todo lo que he sido y a la par que la llama recupera algo de vigor, me sumerjo en un viaje al pasado parándome en momentos de mi vida sin conexión alguna entre ellos pero que fueron encrucijadas que me podían haber hecho otra persona. Son todo bifurcaciones que no tomé. No me hablan de arrepentimiento, me hablan de aceptación y de elevarse sobre lo vivido.
Me fui de aquella reunión donde se decidió perder la inocencia. Grabé aquellas palabras dichas sin atención, pero que hablaban de pena de lo no vivido y las interioricé para no repetir errores. Me alerté ante la desidia para que no me consumiera. Les di todo a los que ya no están. Lo hice lo mejor que supe y con las herramientas que tenía. No me reprocho no haber hecho lo que haría hoy, porque hoy soy otro. Aquel que fui lo dio todo y mira con humildad y orgullo al yo de hoy.
Luché contra viento y marea, sin descanso, sin lamentarme del destino y dejándome mecer por él mientras me esforzaba por doblegarlo o doblegarme, qué más da.
Y en cada parada de ese viaje, mi fuego se mantenía a la par que se transfería a los que quería, a los que me entregaba. Mi luminaria, creó otras luminarias y ahora todas ellas somos la constelación del gorgojo, donde cada luminaria de mi pasado. Cada piedra que me construyó, es una estrella situada en un nodo.
Cuatro estrellas construimos el caparazón, mi familia directa. En la trompa, en dos de los brazos cortos, mis dos hermanos que tan pronto me dejaron y en la punta, mis antepasados directos. En cada tramo de la bifurcación de esta una familia de las dos que me construyeron, la principal, mis padres, que me entregaron la libertad y el cariño, en la secundaria, los padres de mi amada, que me acogieron y me colmaron de cuidados cuando más lo necesité.
Tu fuego se nutre, pero tu fuego mantiene a otros. Tienes que revitalizarlo, mira ahora lo que puedes ser: – Me vuelve a decir la voz del gorgojo que inmutable sólo como los sabios saben hacerlo, me hace sentir seguro y confortable.
La estrella más brillante de la constelación es mi llama que aunque apagada, tira de todos los que me rodean. Siempre ha sido mi gasolina, saber que no puedo desfallecer porque ellos van detrás. Nunca ha sido una carga, siempre una motivación.
El universo es hueco, ya lo sabemos. Lo es a nivel atómico y a nivel estelar. Sólo nosotros, que estamos en medio, percibimos la materia como un continuo, lo demás es hueco. Baste decir que a nivel relativo, es mayor la distancia que hay entre el núcleo de un átomo y un electrón de su corteza que la que hay del sol a Neptuno. Para hacerlo comprable, Neptuno tendría que estar 2,88 veces más lejos de lo que está, así que fijaos si somos huecos. A nivel estelar ya es peor, la estrella más cercana, Próxima Centauri, está a 4,3 años luz, que son 4.068.140.000.000.000.000 Km. Esa cifra es inaprensible para nosotros pero baste decir que el Apolo 11 tardaría en llegar 103.200 años. Ufffffffff.
¡Serían necesarias 1.214 vidas para llegar a la estrella más cercana!
Lo de Próxima Centauri es pura ironía sabiendo esto.
Sólo quería que supierais lo hueco que es el universo porque lo voy a plegar.
Mi estrella ya está quemando leña y haciendo fisión nuclear hasta curvar todo el espacio que la rodea y comienza a atraer hacia sí a las otras estrellas de mi constelación. Incorporo primero al grupo de cuatro que conformaban mi familia directa y las hago una con mi masa incandescente y voraz, así con las otras dos, mis hermanos, y así de nuevo con mis padres y los padres de mi mujer. Todos somos un astro inmenso como las gigantes rojas que dejan al sol en pañales por su inmensa masa. Como UY Scuti, que tiene un diámetro 1.700 veces superior al del sol. Si UY Scuti estuviera en la posición del sol, ocuparía hasta la órbita de Júpiter y quizás algún asteroide moribundo de la nube de Oort sería un precioso planeta habitable al que a estas alturas estaríamos destrozando inmisiericordemente.
El milagro de la fractalidad se cumple tanto para lo infinitesimal como para lo infinito y cuando soy constelación, puedo aspirar a ser galaxia; y cuando ya soy toda la Vía Láctea, puedo incorporar a todo el grupo local que incluye Andrómeda y otra treintena de galaxias; no paro ahí porque mi espiral de fractales sigue girando y de mi grupo local absorbe al propio clúster de Virgo que lo contiene y éste luego al supercúmulo de Virgo que incluye varios clúster. Los supercúmulos de Hydra-Centauro, Perseo-Piscis, Virgo, Hydra-Centauro y Sculptor, se unen de nuevo a mi estrella que ya tiene el tamaño del complejo de supercúmulos, cuyo tamaño se estima en unos 1.000.000.000 años luz. Hay que utilizar una unidad nueva para no escribir tantos ceros, por lo que nos pasamos al pársec, que son 3,26 años luz. En parecs, el complejo de supercúmulos que me acabo de incorporar mide 300.000 parsecs, es más manejable en cifras pero no me importa eso ahora porque cualquier cifra es uno. Yo soy uno con él y sigo creciendo.
Gran muralla Sloan, Gran muralla de Coma, Fornax, Lynx, Grug, Filamento Perseo y crezco y crezco hasta que incorporo toda la masa de todo el universo conocido y la concentro en un solo punto que sostengo entre mis manos.
Tengo 4.429.430.000.000.000.000.000.000 de parsecs concentrados en el hueco que mis dos manos han dejado entre ellas. Apenas un palmo.
Todo el universo conocido condensado en mis manos y toda la energía de todas las estrellas y agujeros negros que lo conforman alimentan ahora mi luz que refulge hasta dañar las retinas que se atrevan a mirarlo.
Cuando estoy en ese punto me he consumido, no tengo carne, soy un esqueleto sólo con globos oculares como único órgano, alojados en las cuencas de mi cráneo.
El gorgojo me mira y me dice que salga de la cueva y ponga el universo en la raíz que franqueaba la puerta. En la arteria de la montaña.
Le hago caso y la deposito en uno de los nudos donde se bifurcan dos raíces y entonces el gorgojo se sintetiza en un símbolo donde están él con las patas formando un hexágono, el universo donde yo lo he depositado y la raíz, que se ha convertido en una espiral de fractales. Eso eres tú, un punto del fractal, siempre hay más desarrollo y siempre hay niveles inferiores, de ti depende dónde quieras llegar o acomodarte. – Me dice el eco que me trae las últimas palabras del gorgojo antes de materializarse en símbolo.
Al mirarme y ver que soy todo huesos siento un frío atroz. Algo de miedo se apodera de mí. Vértigo quizás a no ser capaz de completar viaje alguno y caerme del fractal pero en mis manos han aparecido dos herramientas. En la izquierda sostengo una guadaña y en la derecha tengo un báculo pastoral.
Cubro mis huesos de piel, huesos, órganos y pelos y soy un gorila de fuerza hercúlea que ha convertido báculo y guadaña en sendos garrotes con los que arraso con todo lo que hay a mi alrededor.
No entiendo bien la naturaleza de esa violencia. No proviene de la ira, pero es más destructiva que ella. Arraso la cueva y cuantos árboles me encuentro por doquier y cuando estoy ahíto de destrucción el gorila ahora es un chimpancé con un rostro sarcástico que se dedica a sodomizar cuanto he conocido. Baja a la cueva del principio y yace impune con el gorgojo que ya no es símbolo, sino un amasijo de quitina deforme e irreconocible.
Y cuando ya no hay nada más que mancillar. Cuando todo es sucio y ha perdido todo su brillo. Cuando el cinismo es moneda común y no hay esperanza para nada. El frío del otoño hace caer a plomo las hojas caducas y mi chimpancé, ya saciado de lujuria, ve caer el sol y salir las estrellas y con un sentimiento de añoranza que no sabe explicar. Levanta la vista apesadumbrado y contempla cuatro estrellas que se agrupan en un óvalo, luego dos más arriba y luego otras cuatro muy juntas en un extremo superior.
Si une todas ellas con un trazo conforman un dibujo.
Le recuerda a ese bichito curioso que descubrió en su infancia y que su padre le decía que era malo porque se comía el trigo pero a él le parecía que tenía mucho que decirle.
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