Lo conocí en un club privado donde éramos aceptadas las travestis.
»Sí travesti, aunque te suene extraño. Te recuerdo, era 1977, en esa época ni siquiera existían las palabras transexual o transgénero. Bueno, déjame seguir que ahora, por fin, viene algo lindo…
Serían cerca de las diez de la noche, el recinto estaba casi desocupado. Me senté en la esquina de la barra, desde allí mantenía un poco la distancia y podía observar todo y a todos. Él estaba a unos 10 metros de distancia, pero no había nadie entre los dos. Me miró, sonrío y levantó su vaso a manera de brindis. Yo hice lo mismo. De inmediato se acercó y dijo:
—No se ve mucha mujer tan elegante en estos lugares.
No esperaba su reacción tan rápida, me tomó por sorpresa. Sonreí con cara de tonta. Lo pensé por un instante y respondí:
—Gracias. Tampoco se ven muchos hombres tan atractivos.
Nos miramos fijamente, él me tomo la mano y la besó en un gesto cortesano que me desconcertó aún más.
—Soy Guillermo. Mis amigos me llaman Memo —dijo.
—¿Y cómo debo llamarte yo? —pregunté.
Se río con picardía y respondió:
—Tú me puedes llamar como quieras, aunque me encantaría que llamaras amor.
Me pareció muy simpático su comentario y reaccione:
—Vas más rápido que un vendaval. ¿Eres así para todo?
La vida es muy corta —afirmó a modo de respuesta y sin esperar, pregunto:
—¿Cómo debo llamarte?
Entre risas le respondí:
—Tú también puedes llamarme como quieras. Soy Nomi y mis amigos me llaman la flaca.
—Te llamaré mi princesa, si lo permites —dijo y me volvió a cubrir con su sonrisa seductora.
—Gracias por elevar mi estatus —repliqué.
—¿A qué te dedicas? —preguntó.
—Esa pregunta es muy complicada —respondí.
—¿Por qué? Quiero conocerte, eso es todo —exclamó.
—Porque la experiencia me ha enseñado que se cree que todas nosotras somos putas —afirmé.
—Pues me vale una mierda lo que piense la gente. Yo soy pintor, bohemio y rebelde —dijo con premura.
—¡Qué interesante! —afirmé y continué— : La verdad es que soy una puta en entrenamiento. No sé a ciencia cierta si hago bien mi oficio y todavía me carcome tenerlo que hacer.
Me miró con cierto desencanto y continuó:
—Despacio, princesa. ¿Qué tiene de malo ser una puta?, como tú lo llamas. ¿Acaso no sientes respeto por tus compañeras? Un poco deplorable, la verdad— concluyó y bajo su cabeza.
Me quedé pensando en sus palabras y sentí vergüenza. Tenía razón, me faltaba respeto por mí y por mi gente. Se hizo un silencio incómodo que él supo desvanecer con otra pregunta:
—¿Te puedo preguntar algo personal?
—Todas las preguntas son personales, mas no me asustan. Adelante — respondí.
—¿Qué hacías antes de…?— dejó un espacio para buscar las palabras adecuadas —antes de transformarte— concluyó.
—Por ahora dejemos el pasado tranquilo —dije y continué: —Solo te diré que tenía una situación económica y social muy cómoda, pero no era yo misma.
—Entiendo, me imagino que por eso hablas con desprecio de tu oficio —concluyó.
Lamenté haber sido tan sincera y escueta con mis palabras; y de verdad estaba avergonzada. Callamos por un momento, el silencio se me hizo inllevable, resolví darle un giro a la conversación.
—Hablemos de ti— sugerí y sin esperar su reacción, pregunté.
—¿De verdad eres pintor?
—Sí— respondió y añadió: —Y también es verdad que soy bohemio y rebelde. Me puedes llamar loco.
—¿En qué consiste tu rebeldía?— pregunté.
—Es una historia larga. No sé si tengas tiempo y paciencia. Pidamos otra cerveza— dijo.
—Genial, me gustan las historias largas. Eso significa que has vivido a tu manera. Tengo todo el tiempo del mundo para escucharte. Venga esa cerveza y habla — le sugerí.
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