Llegaba tarde y no podía pensar en otra cosa. Alicia ya se conocía la historia. Entraría en casa y el silencio la haría morirse de nuevo.
Había prometido estar allí a las siete pero el último paciente había llegado tarde y se entretuvo más de la cuenta contándole que para dormir bien tenía que dejar el móvil fuera de la habitación. Las tentaciones son para caer en ellas. Si no hay móvil no hay tentación.
Pero el metro estaba tardando mucho y ella comenzó a mirar la pantalla que no la dejaba dormir. Buscó en álbumes de hace diez años y allí estaban todos. Más jóvenes, más ignorantes, más confiados, más idiotizados. Volvió a pensar en las tentaciones y en los móviles para hacer ciertas cosas.
Se le pasó la parada y se bajó en la siguiente pero en vez de cambiar de dirección salió a la calle y comenzó a correr. Faltaban seis minutos para las siete y al menos que al llegar la oyeran jadear.
¿La habrían esperado?, ¿esta vez sí?
Que va. Ya se sabía la historia. La casa estaría vacía y ella recorrería todas las habitaciones menos aquella en la que ocurrió todo. El picaporte aún roto y los rastros rojizos sobre la puerta blanca.
En la nevera quedaba la otra mitad de la botella de vino blanco. El día anterior había necesitado la primera mitad para poder hacer la llamada. Aunque no se expresaba bien por teléfono había hecho el esfuerzo de poner voz a su deseo y pedirles que volvieran. Solo una vez más. A casa. A las siete.
La casa estaba en un barrio de las afueras, bueno, ya más dentro del círculo privilegiado libre de humos de centro de la ciudad que hace diez años. Las enredaderas habían crecido mucho y por fin le daban ese aire londinense que tanto le gustaba. Ladrillo de caravista y ventanas con cuadrículas blancas. Portal 17, piso segundo, letra H. H de honor, horror, homicidio, hermosura, hijo, huir.
Llamó al telefonillo hasta tres veces, y al girarse para buscar su llave oyó su voz diciéndole: ¡anda sube!
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