Una nostalgia profunda le apretaba el pecho. Se levantó del sofá, bebió agua directamente del grifo de la cocina, caminó por el diminuto salón repleto de mueblecitos con los que tropezar. Y tropezó. Susurró a gritos, como quien piensa fuerte. Las maldiciones que soltó le supieron a literatura y se sentó a escribir, pero se entretuvo con un anuncio, miró el whatsapp y ya nada. Imposible. La nostalgia se convirtió en angustia, en impotencia subiendo por la garganta. Los ojos le escocían y quiso dormirse, pero tampoco. Entonces entró a leer a sus colegas testarud@s, esa gente querida de la que conocía el interior de sus vocales y el aliento de sus consonantes, pero a quienes no reconocería por la calle. Leyó un texto, luego varios más. Y los mueblecitos comenzaron a empujar las paredes y ampliar el salón, haciendo un ruido mecánicamente humano. Las persianas se subieron solas para dejar entrar al mar y también al desierto, olas como dunas y camellos oceánicos. La angustia se fue a bailar, la nostalgia se colocó una pajarita. Alguien trajo uvas y señaló con la sonrisa una campana.
Fiesta en el salón
4 respuestas a “Fiesta en el salón”
-
Me he vivdo tpda «la crisis» al ritmo de tus palabras. Super!!!
Me gustaLe gusta a 2 personas
-
Pero qué alegoría más pechiocha.
Me gustaMe gusta
Deja una respuesta