A veces el deseo permanece escondido
en la punta de mis dedos,
detrás de mis orejas,
sobre mi cuello.
Resguardado del ruido
se retira del mundo,
sumido en su letargo.
Y no es hasta que lo perturba una mirada fugaz,
se aproxima a la calidez de un torso,
advierte unas manos de huesos ávidos
que despierta y se yergue en todos sus sentidos.
Imagina, el tacto de la piel suave y tensa,
por la que se desliza, sin rozarla
y percibe, en la breve distancia, el dulzor amaderado.
Adivina, la humedad de los labios esponjosos,
que le invitan a quedarse
y a yacer mi cuerpo palpitante, en espera del tuyo.
En esa vorágine de desvelos permanezco inmóvil,
recreando el instante
apresando el deseo intacto
porque quiero que vengas
y reclames por derecho
este incendio infinito
que provocas en mí.
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