Te voy a volver a follar en esa escalera de emergencias

Hoy he pasado por delante de la escalera de emergencias del hospital; aquella en la que, hace 31 años hicimos el amor borrachos a las tantas de la madrugada. Esa misma escalera presenta ahora varios carteles admonitorios del peligro que entraña su uso indebido, de las multas a las que te expones si no eres persona autorizada, de que no se puede obstaculizar el desembarco de las mismas bajo amenaza también de multa y además tiene una valla que impide acceder, con lo que sobrarían todos los carteles, pero bueno, no dice nada de que esté prohibido follar en ellas, por tanto tenemos dos opciones, amor: podemos lamentarnos llenos de ese sentimiento tan estúpido y estéril al que llamamos nostalgia diciendo que las cosas ya no son como antes, que hay menos libertad y toda esa retahíla; o bien podemos arrastrar nuestros cuerpos ya un poco achacosos y con sobrepeso por encima de las vallas y los carteles y ponernos a follar como dos posesos presos del deseo.

He pensado todo esto antes de llegar a casa y verte llorando porque te había invadido un sentimiento de pérdida. Sí, ese sentimiento tan estúpido y estéril se me había adelantado y te había atrapado. Te veías mayor, con algunos problemas en las piernas, algo de sobrepeso, agobiada por la adolescencia incipiente de nuestros hijos, por su forma de entender la vida ininteligible para nosotros, como lo ha sido para todos los padres de la historia, por el peso de la rutina, por la colada, los presupuestos que tenías que redactar, la comida del día siguiente, aquella amiga que dejó de llamarte y tu familia que parece que ya no te necesita.

Como siempre que te veo llorar, me han entrado unas ganas locas de follarte. Rozo lo enfermizo, pero es el sentimiento que me invade. Al verte desvalida y necesitada de consuelo, quiero abarcarte entera con mi abrazo y sumergirme en ti. Diluir tu pena en fluidos vaginales desbocados. Rozo lo enfermizo, sólo sé quererte con todo mi ser. Rozo lo enfermizo, doy forma corpórea a todo este torrente de anhelos que me invade y quiero que penetren en ti.

¿Por qué me dicen que rozo lo enfermizo, porque modifico constantemente los parámetros que se me ponen por delante y hago siempre uso de la segunda opción?

Sí, podría haberme ido con aquel compañero con el que me metí caballo como si fuera un juego y sin embargo seguí jugando con otras distracciones y no atribuí a la química exógena el poder que no tuvo nunca sobre mí.

También podría haberme consumido detrás de la muerte de mis dos hermanos. Los dos lo hicieron de forma trágica y siendo jóvenes. Con los dos estaba muy unido y sin embargo decidí que yo les había dado todo cuanto tuve y los llevaba tan dentro que seguía disfrutándolos.

Pudiera haberme torturado por no haberle dicho “te quiero” a mi padre nunca, después de que falleciese seis días después de jubilarse, sin haberse dado jamás un día de baja, pero reflexioné mucho sobre nuestra relación y tuve a gala su inmenso legado. Aún me queda aquella despedida después de calzarnos una botella de vino:

  • ¿Qué te pasa?¿Te veo un poco triste?- Le dije sin saber que era la última vez que lo vería con vida.
  • Es que ahora ya no sirvo para nada. – Me contestó.
  • No me jodas. Ahora empieza todo, tienes muchas cosas por hacer con mamá.

Falleció tres horas después en la cama, tranquilo y sin molestar a nadie, justo como él siempre deseó. Yo acudí cuando aún le practicaban maniobras de reanimación, pero ya se había ido y él sabía que lo queríamos.

Podía haberme hecho un ser descreído y cínico después de que el único hermano que me quedaba, me engañase una y otra vez, pero lo acepté. Lo disculpé porque arrastraba demasiados traumas y aquí me tiene para cuando me necesite.

También podría haberle reprochado a mi madre que ya no quisiera más que morirse, porque le faltaban mis hermanos, pero jamás se me ocurriría tal cosa. Nunca he sabido bien cómo ayudarla, pero siempre estaré ahí para ella. Con mi tosquedad y mi torpeza, pero firme.

Casi habría estado justificado si me hubiera abandonado a la desidia después de aquella tarde en la que las deudas eran prácticamente insostenibles y decidimos que nuestros sueños de una casa y coche nuevos se iban a la mierda y teníamos que irnos a vivir con mi madre, pero no: no lo hice. Sin saber bien por qué, me levanté cada día con una depresión puesta a modo de pijama, y como tal, la dejaba debajo de la almohada para merendarme un día más. Sin distracciones. Sin lamentos. Sin congoja, me zampaba otras quince horas laborales más y seguíamos adelante.

Lloramos mucho, sí. Nos vencían los miedos y la inseguridad a veces, sí, pero eran batallas parciales. Jamás buscamos culpables fuera y ahora que veo estas escaleras no voy a entregarle el trofeo a nadie más que a ti.

Tú has conseguido todo lo que tienes.

Te has ganado el respeto y la entereza que sólo merecen los dioses porque tú, amor, ya has vencido.

Hemos visto a todos fracasar a nuestro alrededor. Todo se ha derrumbado. Historias de éxitos profesionales inmensos, con una trastienda de dolor y miseria en lo humano. Todas esas amigas tuyas que llenan su Instagram de fotografías en lugares exóticos, sonrientes y maquilladas hasta lo cómico, que bien sabes que ya no tienen tema de conversación alguno más allá de las mierdas de las redes o la última mascota que han adquirido. Cuántos matrimonios te han venido con la cantinela de lo cotidiano. Cuántos contándote que se lamentan de no haber hecho tal cosa, de no haberse follado a aquel compañero del instituto y que a lo mejor lo buscan por Facebook para quedar. Cuántos que sólo hablan del pasado, de cuando eran jóvenes y lozanos. A ninguno se lo han follado en una escalera de emergencias con cincuenta y dos años. Que les den.

Puede venir lo que venga, que ya has vencido, has trascendido y si te veo derramar una sola lágrima, te voy a follar hasta convertir todo el pesar en gozo carnal y despreocupado. Te voy a arrastrar hasta esa bendita escalera metálica y vamos a saltar esa valla. Con movimientos torpes buscaré la forma de que no me duela la maldita rodilla hasta que pueda hacer la presión suficiente para poder satisfacerte al máximo y cuando acabemos; cuando nos vistamos, tendremos en nuestros glúteos el dibujo del metal de los peldaños tatuado en nuestra epidermis y no serán más que efímeros testigos de nuestro triunfo eterno.

Volveremos a cruzar la portezuela de acceso y nos reintegraremos al flujo constante de peatones que miran sus móviles, nos reiremos de ellos y del mundo que ya, esta vez sí, ha dejado de girar sin sentido.

4 respuestas a “Te voy a volver a follar en esa escalera de emergencias”

  1. No me gusta, me encanta, en crudo, como tus palabras.

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  2. Digo esto sin miedo alguno a equivocarme: eres uno de los mejores descubrimientos que me ha dado este reto, Ed. Gracias por escribir.

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  3. A mi me ha emocionado. Gracias

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