La cartera

Go postal lady
You make my own day a little bit brighter
You got me hopin’ that my signature’s required
Atmosphere

El volumen del telefonillo está excesivamente alto. No es normal que te den microinfartos cuando alguien llama. Pero si alguien pulsa treinta y cinco veces el botón, te puede dar un maxinfarto. Me levanté a cogerlo, poseído por aquel tono, sólo para que dejara de sonar, porque era evidente que era alguna broma de las que hacía yo cuando era un chaval.
        —¿Carlos Aragón?
        —Soy yo.
        —¡La cartera! —dijo como si se anunciara el rey de Inglaterra.
        Resultó que no era un crío haciendo gamberradas. Pensé en lo que subía el ascensor que los chavales ya no hacen esas cosas. Para qué. Ahora tienen móviles.
        —¡Un paquete! ¿Es usted Carlos Aragón?
        —Sí, soy yo.
        La cartera rondaría ya la edad de jubilación, pelo teñido de color marrón-abuela, ya sabéis cuál es (sólo hay uno). Miraba como un topillo desconcertado y llevaba su uniforme amarillo arrugado. Empezó a apuntar el lector al código del paquete.
        —¡Otra vez a perder el tiempo con esta chorrada! ¡Esta mierda no funciona nunca!
        Intentaba apuntar el láser sin éxito.
        —¡Es increíble!
        En ese punto lanzó el paquete —el mío, el que me traía— al suelo con rabia.
        —Oiga…
        —¡Es que se empeñan en hacer estas chorradas, pero qué más da! ¡Yo entrego el paquete y me voy! ¿Qué más hay que hacer? ¡A ver, voy a hacerlo con el móvil!
        No me dio tiempo a decir nada. Menos mal que no había pedido nada de cristal. Empezó a palparse todos los bolsillos. Por alguna razón, también se palpó el ridículo sombrerito amarillo de pescadora.
        —¡No tengo el móvil! ¡Joder! Me lo he dejado. Ahora voy a tener que hacerlo a mano. ¡Toda la mañana con esto!
        Empezó a dar puñetazos a otro paquete, que, por suerte, no era el mío.
        —Oh, perdón. Aitana Rodri… ¿es usted Aitana?
        Miré fijamente sus ojillos y después a los lados por si veía alguna cámara. No respondí.
        —¡Ah, no, este es el otro, menos mal! Bueno, venga, ¡pues a mano!
        Se palpó de nuevo todos los bolsillos, pero en lugar de palparse el sombrero también, se palpó un poco el pecho.
        —¡Mierda! No he traído las gafas. ¡A ver, ponme el código aquí! —dijo con voz amenazante, acercándome el lector.
        —¿Qué código? —pregunté con mucho miedo.
        —¡Este! ¡El código! —señaló al más largo que había.
        —Ah, vale, vale. Voy…. APFJKLSA1835JGN3… ¿Esto es un cero o una o?
        No obtuve respuesta, pero caí en que no llevaba las gafas y tampoco me lo podría decir. Me la jugué al cero porque lo de antes era un tres.
        —¡Ya está! —dije amablemente, intentando no alterar al monstruo.
        La cartera le dio a Aceptar. Apareció un mensaje en rojo y yo casi me hago pis encima.
        —¡Lo has puesto mal! ¡Joder! ¡Lo has puesto mal! ¡Si es que toda la mañana aquí con esto! ¡Pues a ver, te lo dejo aquí y a tomar por culo! ¿Es muy caro lo que has pedido?
        —Eh…
        —¡Bueno, espera!
        Rebuscó en la caja grande que había dejado en el suelo y sacó un formulario de Correos muy arrugado. Le daba golpes a todo.
        —¡Dime el DNI y lo pongo a mano! —dijo como si me estuviera salvando la vida.
        No reaccioné.
        —¡Venga! ¡El DNI, aquí tengo un boli!
        En vez de usar un soporte o apoyarse en la pared, se tiró al suelo como si estuviera rezando en la meca y empezó a escribir 50134… bueno, no os voy a decir mi DNI.
        —¿Seguro que está bien?
        —Sí, sí —dudé de mi propio DNI, pero me mantuve firme.
        —¡Vale, pues nada! Ya lo relleno yo luego, cuando pueda. Es que hay que joderse.
        Se incorporó y le dio una patada a mi paquete (sutil, tuvo cierta delicadeza, debo admitir) para acercármelo al felpudo.
        Miré sus ojillos de topo y supe que no se iba a agachar.
        Lo cogí mientras la vi meterse al ascensor. Me sentí humillado y al mismo tiempo supe que había vuelto a nacer. Estaba seguro de que esa mujer podría haberme matado con un boli.
        Miré por la ventana cómo se alejaba en el horizonte: una pequeña figura amarilla haciéndose cada vez más pequeña y asaltando a peatones por la calle entregándoles cartas para no tener que ir a sus viviendas.
        —¡Espera, párate ahí! ¡Tengo una carta! —gritaba calle arriba.
        ¡Gracias, cartera, por tu encomiable trabajo!

7 respuestas a “La cartera”

  1. Jajajaja.
    Me da mucha ternura tu cartera.

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    1. Pues a mí me pone muy nervioso…

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      1. 😬🤣🤣🤣

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  2. De armas tomar la señora, es de la vieja escuela, aunque con lo saturados que van todos los repartidores es algo muy frecuente.

    Le gusta a 2 personas

    1. Vieja escuela total. Pero bueno, no me rompió nada, hahaha.

      Le gusta a 1 persona

  3. Si es que el funcionariado de Correos y Telégrafos ya no es lo que era…

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    1. Desde luego, ya no hay respeto por nada.

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