Hoy me he levantado con el pie izquierdo. Como casi todos los días, rara es la vez que me lo quito cuando me voy a dormir.
El médico me aconsejó que sí lo hiciera, para descansar el muñón y que las llagas no se cronificaran. Pero que se me cronifiquen las llagas es lo que menos me importa de este mundo. No acepto lo ocurrido, no acepto el accidente, ni la mutilación ni la no culpabilidad. ¿Acaso la responsabilidad es de menor valor que la culpabilidad?
No lo sé, no lo tengo del todo claro. Por eso esta mañana, tras levantarme de la cama con el pie izquierdo he decidido salir a comprobarlo.
He ido directamente a por él, a por ese niño tan bonito de cara. A por el más espigado y fornido, el de los ojos azules y pelo rubio, sí, a por ese angelito.
No le he perdido el ojo desde que llegué a esta casa. Claro que, ¿cómo voy a perderlo?, aunque el oftalmólogo también me ha dicho que debería sacármelo para dormir, no me hago, paso frío, se me hiela el cráneo.
Ese cráneo del que no consigo sacarme a este mocoso, ¡el muy cabrón! Solo se dedica a molestar, pegar, insultar y robar a sus compañeros, todos los días, ¡a todas horas! A la entrada, durante el recreo, a la salida…incluso delante de los profesores, a quienes parece tener amedrentados, pues a lo único que alcanzan es a reprenderle llamándole por su nombre.
¡Menudo pieza!
Pero esta mañana ha recibido su propia medicina. He salido cerca de las dos a por pan y al regresar a casa me lo he encontrado sacudiendo a un compañero impunemente ante un coro de niñas que le jaleaba mientras se despachaba.
Con la misma inercia que llevaba, le he soltado un tremendo patadón con mi pierna izquierda y ha caído, todo lo grande que es, contra el suelo. Con tan mala suerte que se le ha abierto la cabeza al golpearse contra el bordillo. ¡Que se joda!
De repente, al ver la sangre he podido ver a Santiago tirado en el suelo tras el accidente.
Apenas he tenido tiempo para reflexionar, enseguida se me ha echado encima un nutrido grupo de profesores y he tenido que salir corriendo como cojo que lleva el diablo. ¡Cabrones! Todos los días este energúmeno de niño golpea y abusa de sus compañeros y ninguno se atreve a decirle nada y ahora, ¡a por el tullido!
Tullido o no, sigo corriendo más rápido que casi cualquiera en la calle. Eso sí, cada dos pasos he visto las estrellas, el dolor del muñón era insoportable, y si no fuera porque me podrían haber dado alcance fácilmente, habría parado allí mismo y después de dos años me habría sacado la prótesis sin pensármelo ni media vez.
He conseguido esquivarles y ahora estoy en la azotea de este piso, el más alto del barrio, no es demasiado, un quinto, calculo que si caigo de cabeza el impacto será suficiente.
Corro lo más rápido que puedo hacia el borde del edificio y salto.
¡Mierda! Mi pie izquierdo se ha quedado enganchado en la cornisa.
Bueno, tiro del cordón y deshago el nudo,han pasado tres meses desde el accidente, es hora de deshacerme de la prótesis.
Al fin caigo.
Deja una respuesta