Durante meses se cruzaron por el pasillo del supermercado, únicamente deslizando miradas fugaces, haciendo como si fuese casualidad que sus ojos se encontrasen en la sección de ofertas. En algún momento se dieron cuenta de que se gustaban entre sí, era evidente que cada vez iban más por el super sin ninguna cosa concreta que comprar, sólo con el mero pensamiento de encontrarse y cruzar miradas para volver a casa con el ánimo más alto. A pesar de amarse entre sí desde el anonimato, de tener la felicidad al alcance de un ‘hola’, aquellas personas tenían una falta de amor a si mismas tan grande, que nunca se dijeron nada.
El tiempo pasó junto con la vida y cada uno siguió su camino hacia la última parada con el vago recuerdo y la profunda sensación de que podían haber sido felices si hubiesen sido algo más valientes y dignos de sí mismos.
Años más tarde, estando en el centro de jubilados, la magia del destino hizo que sus miradas se cruzasen de nuevo. Lástima que estuviesen en el módulo de afectados por Alzheimer.