Ya era toda una tradición. Cuando se acercaba su cumpleaños, Marcos siempre le hacía la misma broma a Elena.
—¿Qué quieres para tu cumpleaños, bebé? —preguntaba ella.
—¡Un trío! —contestaba él (en broma, pero en serio).
La tradición marcaba que Elena respondiese a eso con un «tres hostias te voy a dar», pero las tradiciones están para romperlas.
—Te puedo dar uno, pero no como tú te piensas.
A Marcos se le puso la misma cara que a una oveja cuando la esquilan.
—¿Estás de coña?
—No. Lo he estado pensando. Podemos hacer un trío, pero yo pongo las condiciones. No va a ser como los vídeos porno esos que ves, ¿eh?
—No, no, lo que tú digas; vale, vale.
—Lo hacemos con Rubén.
Marcos bloqueó todos los músculos de su cuerpo durante dos segundos.
—¡Serás gilipollas! Me lo había creído, ja, ja, ja.
Elena lo miró muy seria.
—No es una broma.
—¿Qué? ¿En serio? Tú estás loca. No, no, yo no quiero ver cómo te meten otro rabo, ¿eh?
—Rubén es gay.
Marcos miró por la habitación en busca de una cámara oculta.
—¿Rubén el rubio? Pensé que decías el amigo de María.
—El mismo.
—Pero a ver, que no. Si quieres te pides eso para tu cumpleaños, para el mío quiero otro coño, no me jodas.
—Ya, lo que quieres es que se lo pidamos a Lorena.
—Bueno, a ver, es la única tía liberal que conozco.
—Ya, y que te pone, que te crees que soy gilipollas.
—Bueno, a ver, tú eliges, pero que sea una tía. ¿En serio estamos hablando de esto?
—Bueno, pues entonces nada.
—Vale, a ver, si, hipotéticamente hablando, hacemos un trío con Rubén, ¿haríamos más tarde otro con una tía?
Elena lo pensó un rato.
—Pero con Lorena no.
—¡Hecho! —dijo Marcos antes de pensar en todo lo que eso implicaba.
Se hizo el silencio para que ambos reflexionaran sobre lo que había pasado. Marcos hubiera dicho sí a cualquier cosa para cumplir su fantasía de adolescente. Elena, sin embargo, lo hacía por él. Sin embargo, a Marcos le salió el macho cabrío que llevaba dentro.
—Espera, espera, ¿le has dicho a Rubén que puede follarme?
—¿Qué? Joder, Marcos. A ver, aclárate. Si eres muy hombre para estar con otro hombre en la cama, lo olvidamos.
—Pero a ver, que a mí no me gustan los tíos.
—Ya.
—¿Cómo que ya?
—Has estado teniendo sueños.
—¿Qué? ¡Venga ya! No sé para qué te cuento nada. A ver, que los sueños no eran sexuales, en serio. Tenía parejas masculinas, pero ¿y qué? También sueño con pilotar naves espaciales y no me vas a regalar un curso de aviación.
—Bueno, creo que nos hará bien a los dos. Si estás muy preocupado por tu masculinidad, te haces una paja después de soplar las velas, y tan contentos.
Con todo por decir, ninguno de los dos articuló palabra.
El día del cumpleaños llegó y hubo tarta de chocolate (la favorita de Marcos) y velas. No hubo muchas más palabras, porque ambos estaban esperando que sonara el telefonillo. No tenían muchas visitas en casa y habían estado ocupados haciendo limpieza por la mañana, cada uno absorto en sus pensamientos. Todo el día había sido un trámite y una máscara con la que pasar el tiempo hasta que el telefonillo sonó de verdad, haciendo que ambos saltaran de su asiento.
Rubén repartió besos en la mejilla. Marcos se dio cuenta entonces de que habría más, y no sólo en la cara. En su cabeza todo era una especie de broma; un simple juego, que acabaría solamente en Marcos y Elena teniendo sexo delante de un tercero.
Rubén estaba tranquilo, pero era el único. Marcos entonces buscó el mejor recurso de la sociedad moderna para situaciones incómodas: sacacorchos y vino.
Cuatro copas después, Rubén apoyó la palma de la mano en la rodilla de Marcos, acompañando una risa. Una mano que podría significar tan sólo «qué gracioso», pero que a la vez significaba «¿puedo tocarte un poco?».
Podía.
—Voy a por un poco más de vino, vosotros relajaos —dijo Rubén. Bien podría haber dicho «os dejo solos, id quitándoos la ropa».
Rubén se tomó su tiempo deliberadamente y a la vuelta Marcos y Elena entrelazan sus lenguas y sus manos sujetaban sus cinturas.
—Uy, mira lo que hacéis en cuanto os dejo solitos… ¿puedo unirme? —dijo Rubén con tono lúbrico.
Lo siguiente que sintió Marcos es que estaba entrelazado su lengua con dos más. Sus sentidos aturdidos no captaban el olor a vino ni la tensión de los músculos para poder adaptar una posición que permitiría el beso a tres. Lo único que sentía Marcos era una erección más dura que una piedra de granito.
Lo que sigue es una escena explícita, si quieres omitirla,
por favor, sigue leyendo abajo.
Marcos desabrochó la camisa de Elena despacio. Temblaba un poco. Elena aprovechó para palpar el torso de gimnasio de Rubén. Ella sabía que él era «muy gay» y, además, un buen amigo. Pero estaba buenísimo. Aunque sabía que él estaba allí por Marcos, no iba a desaprovechar la ocasión de disfrutar de dos pollas duras a la vez. Quisieran o no.
Marcos lo vio y se sintió violentado, pero a la vez aliviado de que Rubén no fuera sólo a jugar con él. Había ensayado mentalmente la situación varias veces. Estaba conforme con jugar con la mano y la boca, pero no estaba preparado para ir más allá. Al menos no en las dos direcciones.
Rubén se quitó la camiseta también. Marcos se sintió un poco acomplejado por tanto músculo y por un momento deseó salir corriendo. Se quitó las ganas de huir con un sorbo más de vino. Ahora las manos de Marcos se ocupaban de acariciar los senos de Elena, quien llevaba las manos de Rubén a su culo. Marcos acarició también el pecho de Rubén. Se sorprendió él mismo al hacerlo. La presión en la entrepierna era tan agobiante que él mismo decidió bajarse los pantalones y los calzoncillos a toda velocidad. Eso estaba mejor. Por fin un poco de libertad.
Elena le bajó los pantalones a Rubén, expectante por ver por primera vez en años una polla que no fuera la de Marcos. Rubén bajó los de su amiga, con curiosidad también, aunque avergonzado. Había ensayado mentalmente la situación varias veces. Estaba conforme con jugar con la mano y la boca, pero no iba a meter nada más que eso en Elena. Era su amiga.
Los tres se volvieron a besar desnudos. Todo rozaba con todo allí abajo y Elena los llevó de la mano al dormitorio. Invitó a Marcos a lamer su sexo mientras ella probaba un nuevo bocado, el de Rubén, muy despacio. Era ligeramente más gruesa que la de su novio y le costó un minuto acomodar la boca. A los siete minutos, Elena pidió el cambio. Ahora Rubén probaba lo que había venido a probar y Marcos miraba el cuerpo de su novia y después cómo su polla desaparecía en la cara de su amigo y comprobaba que su excitación no bajaba en ningún momento, mirara donde mirara. Elena se ocupó en masajear el ano de su pareja con el dedo corazón. Marcos tuvo que pedir un tiempo muerto. Estaba a punto de correrse.
Respiró por un momento. «Pues ya está, soy oficialmente bisexual», se dijo. Vio como Rubén probaba a comerle el coño a su pareja, probablemente por primera vez en su vida. Se movía con una cierta torpeza, aunque a ella le gustaba.
Marcos decidió que ya estaba bien de jueguecitos.
Apartó a Rubén y penetró a su pareja, sintiendo el calor y la humedad mientras él le acariciaba los testículos y el culo. Era una sensación nueva e increíble. Muchas sensaciones a la vez que no puedes sentir sólo con otro cuerpo. Mantenía un ritmo lento, en parte porque a ella le gustaba así —notar cómo entraba y salía cada centímetro lentamente mientras se frotaba el clítoris— y en parte para no llegar al orgasmo demasiado rápido. Pensó que con un testigo le sería fácil contenerlo, pero cuando Rubén empezó a besarlo también y notó sus lenguas entrelazadas no pudo seguir más. Eyaculó en ella besándolo a él.
Rubén entonces reclamó su turno y la pareja de novios unían sus bocas con su miembro entre ellas. Era la primera vez que se besaban así delante de alguien. La primera vez que lamían juntos a otra persona. Rubén se endurecía cada vez más. Se sentía culpable estar en la boca de su amiga, pero a la vez sentía una excitación especial. Marcos lo estaba haciendo muy bien, aunque obviamente era su primera vez. Pero los tíos saben lo que quieren los tíos. Rubén le ponía las manos en la parte de atrás de la cabeza, pidiéndole que no parase. Cuando estaba cerca de acabar, apartó amablemente a Elena. Ella lo entendió y se puso a masajearle el culo y le metió un dedo suavemente. Después de unos momentos, empezó a contonearse más fuerte. Aceleró el ritmo unos segundos más y se dejó ir en el pecho de Marcos. Le hubiera gustado acabar en su boca, pero no quería presionarlo, quedaba mucha noche.
Ambos se giraron hacia Elena. Ella pidió que Marcos bajara de nuevo con su lengua mientras sus manos y su boca descubrían todos los recovecos —firmes y cuidados— del cuerpo de Rubén. Acompañaba el movimiento para sentir más cerca la lengua de su novio. Se concentró en la sensación de libertad que le producía tener una lengua en el coño y otra en la boca. Marcos aceleró un poco. Lo suficiente, no demasiado rápido. Repetía los movimientos verticales y circulares. Sabía cómo le gustaba. «Sigue, sigue», le dijo. Él siguió, tratando de no acelerar de golpe. Ella acabó mirando a los ojos a su amigo mientras sentía la lengua de su novio en el clítoris, moviéndose lentamente ahora, manteniéndolo caliente mientras tenía los últimos espasmos. Le hubiera gustado acabar mientras la follaban dos pollas a la vez, pero quedaba mucha noche.
Fin de la escena explícita.
Después del primer asalto, los tres se tumbaron donde pudieron, dejando que la respiración volviera al estado natural.
—¿Alguien tiene hambre? —dijo Marcos, con más ganas de no tener conversación que de comer.
Los tres rieron comiendo y bebiendo un rato más. La noche acababa de empezar y era necesario recuperar energías. Marcos se sintió feliz, aunque también un poco avergonzado cuando se dio cuenta de que ya estaba pensando en pedir el mismo regalo el año siguiente.
Quizá no pudiera esperar tanto.
—¿Volvemos al dormitorio? —sugirió Elena.
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