Voy a ese almacén del triángulo verde, allí podré encontrar todos los regalos para Navidad. Y es que, en el fondo, me chifla esta costumbre de perderme en las calles decoradas, los villancicos americanos a todo tren, ¡es tan romántico, me siento como en una película de hollywood! ¡Jingle bells jingle bells… let it snow, let it snow, let it snow! Siempre sueño reproducir la escena de una azucarada y almibarada historia para convertirla en realidad.

Me encuentro en siete pasillos, ¡siete!, a ese hombre tan interesante, contando con seis plantas, creo que ya es casualidad, cruzamos las miradas, paso de largo, me vuelvo y… ¡me está mirando aún! Así cuatro veces más, entre los tejanos, las botas y los portátiles.
Intento disimular mi ilusión, mi risa tonta, pero es que verlo además de nuevo, en el mismo instante, justo en el mismo minuto, pagando en el cajero automático para retirar nuestro vehículo, ya me resulta demasiada señal, casi sería más discreta una flecha de neón a su cabeza, así que, al darse la vuelta cuando acaba de pagar y encontrármelo de frente, no perdí la oportunidad.

– Hola, vaya… otra vez nos encontramos, hummm… ¿Crees que… quizá será algún tipo de señal? -yo con mi mejor sonrisa pero algo sobradilla.

– Sí, pues creo que es hora de llamar a seguridad. Deja de seguirme, acosadora.

No ha esperado réplica, ha pasado casi con un empujón como un vendaval. Menos mal que no hay nadie más alrededor, muero de vergüenza, tengo que empezar a cambiar de género en películas.