Torpemente voy tanteando la pared para buscar el interruptor. Un acto reflejo hecho día tras día y que habitualmente no cuesta ningún trabajo, me parece en este momento la más complicada de las tareas, hasta que me apercibo de que estoy palpando la pared opuesta a la que contiene el interruptor de la luz.
- Maldita resaca.- Me repito cual letanía.
Como una de tantas, la del día anterior había sido memorable. Había salido a acompañar al hermano, de la novia de mi hermano (cuñado, ¿no?) y a la escasa hora y media de estar con él, estaba hasta los cojones de escuchar como farfullaba lenguajes ininteligibles cada vez que localizaba un espécimen del sexo contrario que le pareciera de buen ver, lo cual sucedía con una alta frecuencia. Para adormecer mis entendederas, me había calzado ya al menos cinco gin-tonic, lo cual estaba produciendo el efecto contrario al deseado: aquel tipo me parecía más estúpido aún que cuando tenía todas mis facultades mentales intactas, con lo que pasé a la fase dos.
Me dispuse en una de las esquinas de la barra de “El Cubanito” y me pedí unas cuantas Juanitas. Las Juanitas eran chupitos de Tequila con Anís y aunque se erizan los vellos de la parte trasera del cuello con tan sólo recrear mentalmente el sabor de esa bomba de relojería, no se piden para saborearlas, así que me tomé cinco o seis Juanitas en apenas diez minutos.
Sólo había que esperar otros tantos minutos para sentir el efecto, así que me pedí un Jack Daniel`s con hielo para amenizar la espera.
El alcohol ingerido a alta velocidad tiene un efecto fulminante, por lo que no tardó en aparecer ese Mr. Hyde al que todo le da igual y que tan bien representó Jean Renoir en “El testamento del Dr. Cordelier”, así que en un tumulto aproveché para dar esquinazo al coñazo de mi cuñado y me desplacé de la Alfalfa, donde habíamos estado soportándonos durante un par de horas, hasta la Alameda, que a esa hora, deberían ser las dos de la madrugada más o menos, estaría a rebosar.
La Alameda en aquella época era pródiga en ofrecerte un amplio muestrario de tribus urbanas todas juntas. Parece que allí no habían pasado los ochenta todavía y aquel día no iba a ser menos.
Aparecí en la entrada del garito más concurrido del lugar y nada más entrar me encontré a más o menos la mitad de los componentes de Village People que se estaban marcando un baile en perfecta coreografía. A su lado había un grupo heterogéneo que mezclaba a partes iguales a pardillos mal vestidos, que serían estudiantes de primer curso de arqueología con toda probabilidad por la profusión de bolsillos y argollas de sus chaquetas sin mangas; y unos góticos emperifollados hasta el paroxismo. Llevaban sombras de ojos, pelos encrespados como Robert Smith y gabardinas negras. Vaya pinta que tenía el grupo, sólo les faltaba el borracho con vaqueros y camiseta de cuadros por fuera de los pantalones que acababa de entrar por la puerta.

Utilicé a uno de los estudiantes de arqueología que conocía para integrarme en el variopinto grupo. Tenía una conversación que rivalizaba en nivel de tostón con la de mi cuñado simiesco buscando hembra, por lo que pronto entablé conversación con los góticos. Yo había pasado por muchas fases musicales y me era fácil enrollarme con ellos si desempolvaba la época en que me nutría de Bauhaus, Cure, Siouxie an The Banshees o Joy Division. Si los clásicos no funcionaban podía tirar de Sisters of Mercy o Fields of Nephilim, que te daban más marchamo.
Cuatro o cinco ron con cola, un canuto y un par de rayas para compensar y más ron con cola, estos últimos ya en cifra indeterminada, y el último recuerdo que tengo esta mañana de la noche anterior es una imagen borrosa de mi mismo a cuatro patas y vomitando en un portal y tumbándome bocarriba exhausto. Desde esa posición veo la imagen del gótico más alto del grupo que se agacha sobre mi para decirme algo.
Recuerdo esa imagen mientras me empiezo a dar cuenta de que siento un punzante y desagradable escozor en mi esfínter anal y como por ensalmo, se me empieza a instalar en la cabeza el pensamiento de que el grupo de góticos me ha violado mientras estaba inconsciente en aquel portal. Bueno, no sé si el grupo completo, pero al menos uno me ha violado. Bueno, no sé si un gótico me ha violado, pero al menos alguien me ha violado.
Madre mía, eso no puede ser, joder. – Me repito para convencerme.
Deduzco condescendientemente que si me hubieran penetrado analmente me dolería más, no sería un simple escozor. Es una suposición, pues no lo había probado antes, pero forzosamente ha de ser así. Me reconozco a mi mismo con un cuidadoso tacto rectal y confirmo mi teoría de que por ahí no ha entrado nada de forma fálica en sentido contrario al que normalmente lo uso.
Unas buenas abluciones y un poquito de crema hidratante es lo que necesito. Seguramente se me habría descompuesto el estómago y de ir dos o tres veces a dar de vientre, pues se me había irritado la zona del esfínter. Eso es todo, seguro.
Joder: ¿Pero no fue el Grunge el que se folló al rock Gótico y al Glam?
¿Qué tipo de venganza cósmica habían perpetrado esos góticos conmigo por ir vestido como Kurt Cobain si aún no había salido Nirvana?
Bueno, pues ahora va a ser al revés porque así lo he decidido.
Como me han jodido, al menos mentalmente, me voy a sentar tranquilamente a esperar que explote Nirvana, a que la moda se acomode a mi forma de vestir de toda la vida y a afinar mi guitarra en Re para tocar temas de Alice in Chains y Soungarden.
Sí, he decidido que así será.
Cambio la letanía del inicio por esta otra: “Jamás he tenido sexo anal.”
Me tomo un trozo de tortilla de patatas del día anterior que quedaba en el frigorífico con una lata bien fría de coca-cola. Es mi receta contra la resaca, nunca falla.
No hay nada como la rutina para disipar las dudas.
Deja una respuesta