Pasan las nubes,
algodonadas, multiformes, pomposas,
se desplazan ingrávidas ante mi ventana.
Ora petulantes,
ora lánguidas
o descoloridas.
Llegan en algarabía silenciosa
ocupando el espacio
con su presencia etérea y rotunda,
advirtiendo del estado de ánimo del día,
ora asoma un rayo de luz,
ora el cielo se ennegrece,
ora llueve…
Se difuminan entonces las nubes en un segundo plano,
toldo opaco, grisáceo,
fondo de la desesperanza,
balcón de la paciencia,
escenario para nostálgicos,
la lluvia.
Con ella llega la pausa, el anhelo, la conciencia del tiempo,
de haber dejado algo atrás, necesario,
el sentimiento de encaminarnos hacia otra parte,
más limpia y certera, renovada.
Ideas, ánimos, energías, sea lo que fuera,
el agua lo transforma, y a nosotros con ella.
Y en cada tránsito, de tanto en tanto,
sale el sol,
como una caricia furtiva y descarada,
de esta ignorada primavera,
que late azorada en mi ventana.
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