Esperaba las noches ansiosa postergando escribirte. Para que cruzaras el río y vinieras a quitarme la abstinencia de tu contacto. Tu droga, mi droga. Esa que sólo sabemos fabricar los dos. Solo quería oler tu piel, sentir tu pecho, descansar en tu clavícula, volver a casa. Besarte, acariciarte, morder tus mejillas, rozar tu cuello. Agarrarte la cara y mirarte a los ojos.
Quería que me acariciases de nuevo el pelo y que me mirases como si fuera la primera vez. Y la última. Como si yo fuese una especie extraña que jamás habías conocido. Que me abrazases fuerte por detrás y me besaras toda la cara una y otra vez mientras yo permanecía inmóvil. Que me girases para morderme los labios suave y besarme hasta los pies.
Sólo quería que me sintieras como si fuese la primera vez. O la última. Sólo quería que me cogieses como negándote a despedirnos una vez más. Que me dijeras que me echarías de menos.
Todo eso quería.
Adiós a las noches llenas de oxitocina y dopamina. Adiós a tu rastro de olor en mi almohada. Adiós, a tus mañanas y las mías.
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