No era solo que fuera tramposo, era cruel. Untar las patas de sus caballos con ácido para que estos las levantaran más ante el dolor abrasivo insufrible, era en extremo desalmado. Pero para Óscar todo valía con el fin de ganar las competiciones de salto. Los hockey que corrían para él lo sospechaban y aún otros miraban hacia otro lado: si Óscar ganaba, ganaban todos.

Los pasos en la cuadra y voces que se acercaban hicieron a Óscar terminar la faena con prisas. Así que se sacó el guante rápido, ocultándolo entre la paja y dejó el bote con ácido, sin tapar, en un estante inconsistente fuera de la vista de cualquiera que entrara de frente. Estiró de las riendas para salir justo en el momento que se presentaban veterinario, juez y observadores, llevaba a Furia, cobrizo y brillante.

– Justo ahora salíamos a calentar y al masaje -anunció él sonriendo falso.

El tumulto de gente siguió hablando hasta el final del pasillo salpicado de paja mientras Óscar dirigía alguna mirada furtiva simulando acariciar al corcel. Respiró tranquilo cuando se dirigían de nuevo a la salida.

Como venía siendo habitual Furia ganó la competición de salto sin derribar un solo listón. Ya de vuelta a las caballerizas, Óscar sonreía orgulloso como si él solo fuera dueño de un gran secreto.
Pasaron la cuadra contigua donde una yegua iba a ser intoxicada con el ácido para ganar de nuevo. Óscar ya tenía las vendas en la mano y justo dejaba a Furia mientras le daba unas palmadas sonriendo malicioso. De pronto, Furia golpeó con las patas delanteras la compuerta y retrocedió instintivamente, el bote de ácido saltó como un resorte igual que el estante, que se estrelló en la cabeza de Óscar mientras el ácido se derramaba quemando rostro y manos.
La competición fue suspendida al encontrar al ganadero en las cuadras, curiosamente encontraron a Furia fuera de su cubículo, en el pasillo, enfrente de la cuadra de la yegua, mientras sacudía su majestuosa crin espantando moscas.