No fui capaz de mantener la vista fija en sus ojos en toda la cena. Quizá estaba siendo cruel. Quizá el pobre chico tenía algún problema de salud. Tan exagerada era su nariz, que me recordaba al cuerno de un rinoceronte. Se daba cuenta. Sonrió, incómodo. Tomó un trozo de pan y lo empapó de salsa de almendras. Al llevárselo a la boca, un goterón de salsa se desprendió y cayó sobre su zapato. Nunca debí plantearme esto de las citas a ciegas.
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