Gor el Enclenque

Gor era el ogro más joven, pequeño y débil —según el resto de ogros— de su pequeña tribu. Gor el Enclenque. Arrastraba sus enormes y torpes pies por el viejo sendero que ascendía por la montaña. Se decía que en la cima, tras pasar el mar de nubes, había un templo dedicado a dioses olvidados, un lugar sagrado donde podría pedir un único deseo tras presentar una ofrenda adecuada.

De esos antiguos dioses se decía que eran crueles y malvados como los ogros, pero Gor iba pensando en su deseo: traer a su padre de vuelta a la vida. Gor no había podido estar presente cuando su padre murió, y quería una segunda oportunidad.

El camino se hizo largo, pero al pequeño ogro le pareció un suspiro y solo se dio cuenta del paso del tiempo cuando el la luz del sol empezó a ocultarse tras la montaña cubierta de pinos nevados.

Finalmente llegó. El famoso templo no era más que un círculo de piedras gastadas por la intemperie, adornado con columnas a medio derruir que emergían de la nieve como colmillos rotos en la boca de un huargo viejo. El ogro se acercó y escupió al altar que había en el centro del templo.

Una figura blanca, radiante como la luz de la luna y difusa como el humo de una hoguera, apareció en aquel lugar sagrado.

—¿Quién perturba nuestro descanso? —la voz del ente espectral vibraba como si fueran varias voces al unísono.

—¡Gor el Terrible!

—Gor, hijo de Rak, ¿tienes algo que ofrecernos?

Cuando el ogro se había decidido a emprender esta aventura, había dedicado muchos días y muchas noches a pensar qué ofrenda considerarían adecuada unos dioses decrépitos que se aferraban a la existencia a través de unas rocas gastadas en mitad de ninguna parte.

Todas las historias que habían llegado hasta sus días coincidían en una misma cosa: eran crueles como ogros. Así que Gor pensó que era buena idea llevarles un regalo que también le gustara a él mismo. Balanceó un saco que llevaba a la espalda y lo arrojó dentro del templo, esparciendo su contenido por todos lados, tiñendo la nieve de la cima de rojo.

—Manos, pies, brazos… Creo que alguna cabeza. Las piernas me las he comido, lo siento.

Gor notó el enfado creciente de la figura fantasmal, que empezó a brillar con más fuerza, a la vez que parecía que el mundo se oscurecía.

—¿Unos despojos? ¿Esto nos ofreces, Gor el Enclenque?

—Si no los queréis ya me los comeré yo. El regalo en realidad es el sufrimiento que vino a este mundo para honraros, para recordarles a esos pequeños humanos que no podían dar la espalda a unos poderes como vosotros sin consecuencias.

El ogro podía escuchar a su alrededor susurros de cientos de voces discutiendo cada vez más fuerte. Hasta que se hizo el silencio.

—El regalo es tu servicio.

—Sí.

—De por vida.

Gor escuchó risas en perdidas en el viento.

—Sí.

—¿Qué deseas?

—Deseo que mi padre, Rak, vuelva a la vida.

La figura asintió y desapareció. En su lugar apareció una esfera de oscuridad que empezó a girar sobre sí misma. Los restos de cadáveres esparcidos por el templo fueron atraídos por un viento mágico hacia la esfera, que los devoraba y se hacía cada vez más grande.

Cuando hubo absorbido todo, la esfera dejó de girar y explotó con una luz cegadora. La luz de la luna volvió a tomar protagonismo, y los ojos de Gor se adecuaron de nuevo a la noche. Y allí, en el centro del templo, estaba su padre, a cuatro patas y desnudo, vomitando bilis y desorientado.

Gor no pudo reprimir su sonrisa. Avanzó hacia su padre y aplastó su cabeza contra la roca del altar.

Cuando regresara a su aldea con la cabeza de su antiguo caudillo se acabarían las risas y las burlas, los abusos y el vivir de la carroña que dejaba el resto. Todos se inclinarían ante Gor el Terrible.

8 respuestas a “Gor el Enclenque”

  1. Ten hijos para esto…

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    1. Eso pensó el pobre (y también cruel) Rak.

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  2. Ufff no esperaba un final tan espeluznante, yo que pensé que quería regresarlo a la vida para compartir más momentos con él.

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    1. Gracias por leer y comentar, Hanna.
      Es posible que pensara en el último momento que tendría que haberse comido a Gor cuando nació. Con ogros ya se sabe.

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  3. Mi ogro favorito. Me encanto.

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    1. Un tipo consecuente, aunque poco simpático.

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  4. Cuando uno quiere hacer las cosas bien, tiene que hacerlo él mismo.

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    1. Esa es la filosofía de Gor.

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