—¿Cuándo es que regresas? – me preguntó con el interés que siempre ha tenido por todas y cada una de mis cosas.
El veintitrés. —Dije casi entre dientes y sin mirarle. No quería que sintiera mi irritación por tener que responder la misma estúpida pregunta por tercera vez. Respiré profundo y busqué sus ojos. Estaban perdidos en el espacio, había en su miraba un vacío vestido de angustia. Tras una fracción de segundo que me resultó una eternidad, dijo:
—A sí, perdona, lo había olvidado.
—No te preocupes. —Y añadí— Con tantas cosas que tienes en tu cabeza, es más que normal que olvides algunos detalles.
A pesar de sus preguntas repetitivas y molestas, quería suavizar su propia tristeza por la pérdida de memoria.
Bebí un poco de mi cerveza para disimular la preocupación que venía invadiéndome desde qué se recuperó. Ese tipo de olvidos y preguntas recurrentes eran cada vez más frecuentes.
Aunque logró sobrevivir al Covid, nunca volvió a ser el mismo. El virus, más que una huella en su cuerpo, dejó un camino abierto hacia una vejez repentina y dolorosa.
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