Parar:
para seguir avanzando,
seguir profundizando
y apartar a tantos
que vienen empujando,
que llegan gritando
que ¿qué estás haciendo?
Que te estás equivocando,
que mejor rectificar
y que ellos saben, sin duda alguna,
qué es lo mejor para ti.
Callar:
para seguir dialogando
con tu yo más profundo
y seguir aprendiendo,
leyendo entre líneas
de ese ruido ostentoso,
hallando, en sereno silencio,
la cura contra el veneno,
contra la absurda premura,
tributo a una impuesta locura
en disfraz de cordura.
Mirar:
hacia atrás, sin anhelos,
besando heridas, sanando.
Lo hecho, hecho está. Avanzando.
Dibujar, en papel, tus monstruos
para quemarlos después
y recuperar todo el poder
que una vez les fue dado.
Hacia adelante, sin miedo:
pude una vez y otra vez puedo,
pisando, firme, en mi vuelo.
Y sonreír:
porque todo lo puede una sonrisa:
arco iris de mejilla a mejilla,
barcaza a la que nada hunde
y a la oscuridad confunde
e ilumina el camino:
el que ha de pisar los pies
y aquel que el corazón sigue.
Forma de amor generoso,
clave para cambiar el mundo
trazado en una simple curva
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