Por fin he encontrado el camino de regreso a casa. Al hogar de mis ancestros.
Ha sido un viaje largo y cansado. He debido rebuscar en los rincones más oscuros de las bibliotecas de este sucio y decadente imperio. He investigado las pocas ruinas que dejaron tras la conquista, como despojos cuyo destino era pudrirse a la intemperie. Pero encontré lo que buscaba. Encontré el antiguo nombre de nuestra capital, relegada ahora a un pueblucho en la periferia imperial.
Saber que había sido ocupada y mancillada por gentes extrañas e invasoras no ha hecho más agradable la vuelta. Todo lo contrario. Ha reavivado mi fe, y ha fortalecido mi determinación.
De la ciudad antigua, solo quedan las ruinas del templo. Lo llaman el Templo de las Habas. Parece algún tipo de juego de palabras estúpido, seguido de chistes sin gracia sobre flatulencias y el hedor que, supuestamente, desprende mi pueblo. Para más escarnio han plantado judías entre las ruinas, que ahora crecen como enredaderas mancillando las paredes, las columnas y las estatuas.
¿Para esto se tomaron la molestia de exterminar a mi pueblo? ¿Para hacernos olvidar a nuestros dioses a la fuerza? ¿Para explotar nuestras tierras y engordar sus barrigas? ¿Para humillarnos sin fin, sin sentido y sin más propósito que el de demostrar que pueden hacerlo?
Su alegría, su tranquilidad, su regocijo durarán poco.
Mañana, durante la luna nueva, cuando la noche más oscura se cierna sobre la ciudad, completaré el ritual, y Abass, la auténtica diosa de estas tierras, de esta ciudad y de este templo, volverá a este mundo y devorará sus almas.
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