Solo pido poder volver a ver la Navidad con los ojos de un niño.
Desear desde el día siguiente del dichoso Halloween, que enciendan las luces en mi pueblo y poder acudir a verlas y sonreír sin parar, con la boca abierta desde el principio de la Calle de la Iglesia hasta la Plaza del Ayuntamiento.
Disfrutar viendo como la gente adorna con luces, guirnaldas y espumillón los balcones, ventanas y escaparates de los apenas cuatro o cinco comercios que quedan abiertos por estos municipios lejanos de las grandes ciudades y de las grandes autopistas.
Saber que la Trini y el Pacorro ya están comprando caramelos para los pocos niños que acuden ya en estas próximas fechas al pueblo.
Todo esto es lo que me encantaría volver a ver con los ojos de un niño, y no con los de un viejoven de mediana edad que ya piensa en atascos, más trabajo, cenas de empresa o amigos que no me caen nada bien, y en como cenar con unos u otros familiares sin dejar a ninguno solo en las fechas clave, aun sabiendo que no vas a acertar, porque nunca se acierta y siempre alguien apaga las luces del salón antes de las doce solo.
Me gustaría volver a escribir la carta a los Reyes Magos, o ahora también a Papá Noel, pidiendo un par de cosas útiles y con las que fardar con los amigos y que realmente necesitas para subsistir, un balón, una bici, un coche teledirigido, una equipación de portero o un patinete. Y punto.
Volver a saber que un cabreo o un mal día se soluciona en cuestión de segundos, porque llega la Navidad y eso todo lo cura.
Pensar que vas a ver a tus primos lejanos y ya están ideando juegos, escapadas o como hacer de rabiar a las hermanas mayores.
No poder pegar ojo la noche de reyes con la intención de pillarles infraganti y, a la vez, de la emoción de saber que te han dejado, aunque no te hayas portado del todo bien, pero saber que algo te traerán.
Salir a la mañana siguiente a la plaza del pueblo con otros niños que también han venido de otras ciudades y compartir, jugar, cambiar, correr y gritar como si no hubiera un mañana, porque mañana tienes que volver a tu ciudad llena de gente.
Respirar ese olor a leña quemada que calienta la casa y que también vale para esa comida típica que hace la abuela año tras año porque sabe que es la que más nos gusta, o eso piensa y es un clásico que no puede faltar.
Ese momento de acudir al bar del pueblo donde están todos los padres juntos tomando un caldo caliente por el frío que hace en esta Castilla, y aprovechar a que nos compren algunas chuches, una coca o una fanta y volver corriendo a la plaza a jugar, no se vaya a acabar el día de repente.
Esos ojos que son inocentes y sabios a la vez, porque tienen una imaginación que hemos perdido con el tiempo, o nos han animado a perder.
Esos ojos que no piensan en que, en breve, hay que pedir las vacaciones en el trabajo para poder conciliar la vida familiar y laboral.
Esos ojos que olvidan todo lo ocurrido hasta ese día y vuelve a empezar de cero después de abrir un regalo o de despertarse con unos churros o porras con un chocolate con leche.
¿En qué momento hemos olvidado lo que realmente es la Navidad para cada uno de nosotros?
Me encantaría por un ratito poder verlo de nuevo desde mis ojos de pequeñajo, o desde sus ojos de preadolescente y casi adolescente. Sin móviles, sin tablets, sin televisión, en todo caso con algo de radio sonando Raphael por el camino que lleva a Belén.
Apenas estamos a noviembre y ya estoy pensando en las Navidades por ellos, por mí, por la publicidad o por todo.
¿Por qué tanta prisa?
Mañana es lunes y tengo todo el día apretado, bueno toda la semana.
¿Cómo lo vería con los ojos de mi yo de hace cuatro décadas?
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